El 2 de noviembre de 1917, el ministro del Exterior británico, Arthur James Balfour, dirigió una comunicación al barón Lionel Walter Rothschild, líder de la comunidad judía en Londres, para anunciar el apoyo del Reino Unido al establecimiento de un “hogar nacional” para su pueblo en la región de Palestina, tierra de sus antepasados. El breve texto sirvió de base veinte años después al nacimiento del moderno y próspero Israel. El documento de tres párrafos es conocido como la Declaración Balfour.

La decisión británica reivindicó el derecho de los judíos a volver a la tierra de la que habían sido expulsados por los romanos dos mil años antes, tras la destrucción del Segundo templo, cuyo muro occidental, a los pies del Monte Moria, es venerado como el lugar más sagrado del judaísmo. Su salida forzosa de Palestina dio comienzo a lo que se llamó la Dispersión del pueblo judío que duró veinte siglos.

Durante ese largo periodo, los judíos fueron víctimas de constante persecución. Se les prohibió ciertas actividades económicas y se les obligó a vivir confinados en pequeñas comunidades conocidas como ghettos (guetos). Con frecuencia esas comunidades eran atacadas. Esos pogromos antijudíos crecieron en las dos últimas décadas del siglo XIX, alentando la creación de organizaciones judías para enfrentarlas.

En 1896 Theodor Herzl, periodista judío nacido bajo el imperio Austro-Húngaro, publicó “El estado judío”, cuya tesis planteaba como solución a la discriminación de que eran objeto en toda Europa la creación de un estado para los judíos, dando así nacimiento al sionismo. En 194 , la ONU, ante el inminente abandono por Gran Bretaña de Palestina, aprobó una resolución creando dos estados en esa región para palestinos y judíos. Los judíos crearon el suyo y son hoy una democracia moderna. Los palestinos la rechazaron y todavía luchan por lo que pudieron tener hace 73 años

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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