En el traspatio de una destartalada vivienda de la parte alta de Santo Domingo, que apenas se sostiene, veinte familias se las arreglan para subsistir en aquel ambiente miserable sin posibilidad alguna. Una famélica mujer hace su décimo recorrido del día cargando una vieja lata con agua desde una llave pública varias cuadras más arriba, donde una extraña procesión espera su turno en calma.

De un extremo a otro de la geografía nacional estas escenas se repiten constantemente, día y noche.

Son reflejos de uno de los más graves problemas de la pobreza nacional: la aglomeración de seres sin recursos en nuestras ciudades, indefensas ante el reto terrible de la superpoblación y la carencia de recursos y oportunidades que afecta y humilla a una dramática mayoría de la población dominicana.

Esta excesiva concentración de seres humanos en pocas ciudades, un fenómeno común a toda Latinoamérica, es el germen, y lo seguirá siendo en el futuro, de enormes conflictos de orden político y social, dadas las relativamente escasas posibilidades materiales con que cuenta el país, y el desinterés de nuestra clase política para encontrarle remedios efectivos.

La realidad es tan cruel e intensa, que los gobiernos, incapaces de frenarla, se rinden ante ella. Por ello solo intentan soluciones a medias con acciones coyunturales, para aliviar el peso de las presiones cotidianas, engordando de este modo los problemas y haciendo a la postre más graves las dificultades y más costosos los remedios.

Al final, el esfuerzo se reduce a la distribución de dádivas humillantes presentadas como políticas sociales; programas de caridad pública que nada resuelven y, en cambio, fomentan la corrupción que terminan desacreditando a los gobiernos. La historia de nunca acabar con la que lidiamos cada día, sin objetivo claro, y sin visión del futuro.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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