Tras la guerra de independencia, la ciudad quedó dividida. En poder de los judíos solo permaneció la parte nueva de Jerusalén. La Ciudad Vieja, con sus milenarias murallas y lugares santos, pasó a ser ocupada por Jordania. No fue hasta junio de 1967, cuando la ciudad fue reunificada e Israel estableció soberanía sobre toda ella, como resultado de la llamada Guerra de los Seis Días.
El vínculo de cada judío con Jerusalén ha sobrevivido a través de la historia. Cada día, en Israel o en la diáspora, se ha mantenido la tradición de rezar tres veces en dirección a la ciudad por el regreso a la misma. En la boda, el novio rompe una copa en el suelo en recuerdo de su destrucción y la del Segundo Templo y en caso de muerte, la forma usual de pésame era decirle al deudo que se conformara con la reconstrucción de Jerusalén.

El 9 del mes AB (del calendario judío), aniversario de dos destrucciones de Jerusalén, es día de ayuno y duelo para los judíos. Y en el exilio, cada vez que un judío construía una casa dejaba generalmente un muro sin pintar en recuerdo de la destrucción de la ciudad.

Los pogromos que amenazaban cada día la existencia de las pequeñas comunidades hebreas en la Rusia zarista y la Polonia católica son ya cosas del pasado. Pero solo la anhelada paz con sus beligerantes vecinos permitirá que judíos y palestinos puedan coexistir en paz dentro de fronteras seguras, sin que el fantasma de la confrontación amenace el derecho de ambos pueblos a vivir en libertad de cara al futuro.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas