Siempre me he preguntado sobre la rigidez de las festividades religiosas en el calendario. Y no encuentro explicación al hecho de que puedan moverse fechas que conmemoran efemérides patrióticas y no suceda igual con algunas relacionadas con la fe, como son los casos del 21 de enero, reservada a la veneración de la Virgen de la Altagracia y el 24 de septiembre a la de las Mercedes, o de la Merced.

Eso de mover las fechas es una práctica común en muchas naciones para evitar que un aniversario relacionado con una gesta importante no interrumpa el ritmo laboral, aplazándolo o moviéndolo para el lunes siguiente. Hay cuatro fechas de enorme significado histórico patriótico sagradas para los dominicanos, como son la Independencia, que celebramos el 27 de febrero; la Restauración, el 16 de agosto; la primera Constitución, el 6 de noviembre y, por supuesto, la del natalicio del prócer Juan Pablo Duarte, el 26 de enero. Las dos primeras son inamovibles, por lo que significan, y debido a que en la primera los presidentes deben rendir cuenta de sus actos a la nación y en la segunda se abre la segunda legislatura del año y cada cuatro años se juramenta un Presidente de la República.

Hubo épocas en que se movía para el lunes siguiente la conmemoración del nacimiento del fundador de la República y el 6 de noviembre aun suele pasar con la misma indiferencia con que se irrespeta la Constitución que nuestros próceres nos dieron ese lejano día de 1844.

Con estos antecedentes pudiéramos muy bien mover el culto nacional a las dos vírgenes, sin que ello implique un irrespeto a la veneración de los católicos de sus protectoras, a despecho del hecho de que una de ellas, la de la Merced, hizo presencia según la mitología católica para defender a los conquistadores frente a la justa indignación de los aborígenes. Y la verdad es que dudo mucho que eso afecte el derecho de los católicos a adorar a sus ídolos.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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