El liderazgo mesiánico ha sido, a través de la historia, el enemigo mortal de la racionalidad y la vida democrática, porque su legado material cuesta años de lenta reconstrucción. El mesianismo en el ámbito de la política destruye la moral de la sociedad y corroe la fe de los pueblos en las instituciones democráticas, los sume en la esclavitud espiritual que implica la dependencia material de un estado benefactor.

Existe infinidad de documentos y experiencias que lo confirman. No está lejano entre nosotros, por ejemplo, el recuerdo de un presidente en ejercicio entregando con sus manos cajas con su imagen de redentor impresa en ellas, con magras raciones de alimentos para un par de días en ocasión de la Navidad o de la festividad de las madres, cegado por los aplausos y el ruido desgarrador de una multitud golpeándose ante sus ojos para obtenerlas. Nuestro pasado está lleno de líderes que se creían y de algunos que se creen todavía imprescindibles, depositarios de una misión redentora y de una presidencia que reclaman como si fueran de su propiedad absoluta.

La posibilidad de un retorno de esa clase de liderazgo sumiría al país en la bancarrota material y moral. El ejemplo lo hemos visto a distancia en Venezuela, como también ha sido testigo el país de la manera en que la corrupción se ha adueñado en diferentes etapas de las instituciones públicas, frente a lo cual no hubo control de ninguna especie; periodos en los que bajo distintos gobiernos florecieron las fortunas más obscenas y los clanes más perversos.

Las elecciones del 2024 son una excepcional oportunidad para impulsar un relevo y promover nuevas formas de liderazgos democráticos que aseguren que el país continúe la interminable ruta hacia el futuro. El año próximo los dominicanos tendremos dos opciones: continuar la agotadora hacia un mañana cada día más lejano, o promover el regreso a un oscuro pasado.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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