Se atribuye a Benjamín Franklin haber dicho que al nacer sólo se tienen dos cosas seguras: la muerte y los impuestos. Aquí, en la política como en la economía, debido a los altos niveles de evasión impositiva, muchos solo tienen como segura la muerte.

Diversos altos cargos del Gobierno llegaron a plantear la necesidad de un pronto inicio de discusión de una reforma fiscal que permita su aplicación el año próximo, lo cual no parece posible en un año de elecciones.

La Ley de Estrategia Nacional de Desarrollo estableció la necesidad de tres pactos fundamentales en la Educación, la Electricidad y el área fiscal. De ellas solo hemos alcanzado la primera, medianamente la segunda y queda por discutir la que tiene que ver con los impuestos y el gasto público. Se ha dicho que es impostergable asumir el desafío de una reforma tributaria integral, en toda la profundidad que la situación exige, para actualizar el Código Tributario que no responde ya, se dice, a las exigencias de la economía ni guarda relación con los cambios realizados en las últimas tres décadas.

Dados los crecientes niveles de desigualdad existente, esa reforma debe hacerse con determinación debida y a través de un consenso, con un alto espíritu de equidad, eludiendo todo prejuicio, de carácter partidario o de grupos e intereses económicos.

En su búsqueda debe evitarse lo que tantas veces hemos visto cuando la mezquindad se interpone al buen sentido, a la razón y al bien común. Por eso, debería ser discutida con sentido patriótico y, sobre todo, con un innegable sentido de oportunidad, porque el aplazamiento de esa reforma puede resultar muy negativo y traerle al país problemas de un costo social, político y económico inimaginables de muy larga duración.

Por tal razón, en esa necesaria e inevitable reforma, debe asegurarse que en el epitafio de tantos buenos señores se cumpla la máxima de Franklin.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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