¿Qué nos depara el año que apenas comienza? Esa es la pregunta que con justa razón muchos dominicanos se hacen este primer día laboral del 2022 frente a la posibilidad de que la nueva variante de la pandemia y la rivalidad política obstruyan, juntas o por separado, todo el esfuerzo de recuperación económica logrado en un incierto 2021.

Es obvio que más allá del repunte de actividades importantes como el turismo y otras áreas de enorme significado en el ámbito de la economía, hay factores ajenos a la actividad económica que gravitarán sobre la vida nacional con una intensidad que podrían marcar el rumbo de los próximos años. En medio del optimismo, no generalmente compartido, creado por el prometedor crecimiento económico y la impresionante proyección aun mayor que se prevé, la creciente crispación política heredada de la campaña electoral del 2020 arroja todavía muchos interrogantes, con su enorme secuela de incertidumbre.

La paz laboral que el país ha disfrutado durante las últimas décadas nos ha permitido un clima político y social sobre el que se ha sostenido la expansión de nuestra economía. Si esa atmósfera se oscureciera y la armonía política todavía reinante a pesar de las agudas diferencias en el campo de la actividad partidaria se quebrara, es poco probable que el ambiente de sosiego y tranquilidad relativa que respiramos se sostenga. No se trata de un ejercicio de pesimismo, sino una percepción clara de una realidad que todavía no nos enseña su rostro.

No basta con el incremento de la inversión, tanto extranjera como nativa, y cuanto desde el gobierno y el sector privado se realice para sostener nuestro crecimiento, si no somos capaces de garantizar el clima social que lo hacen posible. Ese, a mi juicio, es el ángulo de la realidad nacional, sobre el que debemos poner mayor atención. Pero no estoy seguro que así se entienda.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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