No siempre un país tiene a mano el privilegio de verse tal y como es en realidad. Los espejos donde esto se hace posible son difíciles de encontrar y por costumbre los gobiernos y los grupos de poder, económicos, políticos o sindicales, rechazan la idea de verse reflejados. Por esa razón, muchos problemas persisten y se alejan las soluciones. Cada huelga o protesta, por ejemplo, por grupos de izquierda y denominados populares, podrían ofrecernos esa posibilidad. Y recordarnos las causas por las cuales esos grupos minoritarios, sin mucha ascendencia en la población, se creen dueños de un poder de convocatoria que en realidad no les pertenece, pero que el resto de la sociedad deja en sus manos irresponsablemente.

Su poder para movilizar a la población y conducirla hasta una huelga, se debe a su habilidad para canalizar las aspiraciones de grandes masas por los senderos que los demás han abandonado. Tienen objetivos muy claros y definidos. Pero la gente que haría posible el éxito de cada protesta sólo aspira a que se atiendan sus peticiones, por lo general tan simples como que les llegue el agua, que ni siquiera demandan en cantidades normales. Les bastaría con que pudieran encontrarla de vez en cuando.

Quienes nos desenvolvemos, a Dios gracia, en otros ambientes, con cierto nivel de comodidad y seguridad económica, no alcanzamos a entender por lo general las motivaciones de la población que vive en nuestros barrios. Si hiciéramos un esfuerzo por aproximarnos a la realidad en que viven, entenderíamos muchas de sus reacciones. Comportamientos que desde nuestra perspectiva social son incomprensibles, tan irracionales como el sufrimiento y las restricciones en que viven. Insisto en que algunas protestas y huelgas ofrecen al país la oportunidad de ver sus distintas realidades sociales y atacar aquellas que demandan las mayores atenciones.

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