Si alguien me preguntara sobre la prioridad del presidente Luis Abinader al aproximarse a la mitad de su mandato constitucional, no vacilaría en responder: rejuvenecer el gobierno. La razón es simple. Sin importar hacia dónde se incline hoy la balanza en términos de popularidad, una impresión cada vez más generalizada apunta hacia un deterioro creciente de su popularidad. Y ese declive, de seguir en aumento, no le aseguraría períodos plácidos en los dos años finales de su Administración.

Para muchos de sus seguidores y colaboradores, mi percepción tendría el carácter de una crítica o censura. Pero está simplemente cimentada en la experiencia observada durante los largos años de mandato de Joaquín Balaguer. Durante ese largo periodo, el líder reformista solía encarar las dificultades nacidas de escándalos o negligencias oficiales, rotando o cambiando la composición en aquellas áreas objetos de la ira o el descontento público.

Tal vez resulte incomprensible al Presidente adueñarse del estado del sentimiento popular existente, debido a encuestas sin valor político real alguno relacionadas con escalas de valoración, apuntadas más a la creación de posicionamientos individuales, y no a retratar la realidad actual.

De todas maneras, nada perdería el presidente Abinader si lustrara con agua fresca la faz de un gobierno nacido en medio de una euforia nacional, disminuida al enfrentarse a los problemas propios de una sociedad caracterizada por desigualdades sociales cada vez más profundas.

Al aproximarse a los dos años finales, la solución planteada en los días de campaña parece alejarse debido a una crisis internacional que estanca la economía global y avecina una inflación cada día mayor con efectos políticos destructivos. Caras nuevas no resolverán por sí misma problema alguno, pero le darían un respiro al gobierno.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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