Como ninguna otra, la vieja y deprimente escena puesta a rodar en las redes de dos muchachas peleándose presuntamente por un novio en un recinto escolar, ante la presencia entusiasta de decenas de sus compañeros sin que ninguno intentara separarlas y sin un supervisor o profesor que impusiera el orden, proyecta la imagen real de la escuela que estamos obligados a cambiar. En mis años de escolaridad una situación como esa era improbable. Y la diferencia estriba en el concepto prevaleciente respecto al rol del docente.

Lo que pasa dentro de un recinto escolar es responsabilidad de los maestros, no del Ministerio de Educación. Y evidentemente el deplorable nivel académico que se observa en la escuela tiene relación directa con el deterioro de la calidad del magisterio que el país ha estado observando desde hace décadas. Antes teníamos maestros, que fuimos cambiando por profesores que finalmente se convirtieron en gremialistas, dispuestos siempre a detener el año escolar y paralizar la docencia por demandas laborales.

No pretendo cuestionar el derecho del gremio de profesores a luchar por una sustancial mejoría de la calidad de vida de sus afiliados, porque soy un firme creyente de que la calidad de la educación requiere de profesores bien pagados y protegidos por buenos seguros, tanto de salud como de retiro. Pero la defensa de esos derechos no justifica la negativa a cumplir con sus deberes magisteriales. Y cuidar de los planteles. He visto al gremio protestar insistentemente sobre los programas del Gobierno en el área educativa, pero nunca hablar de las responsabilidades que le tocan en el buen funcionamiento de la escuela y del sistema.

La escena de las dos niñas peleándose furiosamente en el patio de una escuela, como muchas otras similares, debería avergonzar a quienes están llamados a hacer de ella el hogar de formación de buenos y responsables ciudadanos.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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