La fijación de esos límites por los medios fortalecerá el clima en que se desenvuelve la prensa y hará más difíciles los esfuerzos por acallarla o someterla a parámetros en los que su accionar quedaría reducido a una reproducción de verdades oficiales, provengan estas de la autoridad pública o de confesiones religiosas.

En muchos países, la ausencia o inobservancia de los límites que impone un ejercicio responsable de la libertad, ha conllevado a que los ciudadanos se muestren dispuestos a renunciar a derechos con tal de preservar niveles aceptables de seguridad. En otra dimensión es lo que ha ocurrido en Estados Unidos, tras los atentados del 11 de septiembre y lo que estamos presenciando en Europa ante los efectos de inmigraciones masivas que han estado pulverizando valores tradicionales de esas sociedades y los logros políticos de la Unión, como la libre circulación, y la desaparición virtual de las fronteras. En Estados Unidos y Europa los ciudadanos han aceptado la pérdida de algunos derechos a cambio de una mayor seguridad y la preservación de tradiciones y valores.

La no fijación de esos límites por la propia prensa en nuestro país hará, como en efecto podría estar ocurriendo, que muchos ciudadanos terminen aceptando algunas restricciones a causa de lo que se lee en algunos medios digitales y en las redes y lo que ven y escuchan a diario en muchos programas de televisión y radio. La no fijación de esos límites ha creado paradigmas que atentan contra el buen y sano ejercicio del periodismo.

Muchos pensarán que estoy proponiendo límites a la libertad o métodos virtuales de censura o autocensura. Todo lo contrario. Lo que trato de decir es que la no fijación de esos límites, cuya responsabilidad compete exclusivamente a la prensa, acabará por debilitarla y hacerla extremadamente vulnerable a la vocación autoritaria del poder político y a los prejuicios de los llamados poderes fácticos.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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