Luis Abinader es el presidente que mayor poder ha manejado en la historia democrática del país. Desde que inició su recorrido de ocho años como mandatario en agosto de 2020, ha contado con mayoría congresual en su partido, lo que no obtuvieron presidentes como Joaquín Balaguer, Danilo Medina, Leonel Fernández o Hipólito Mejía.

Para su segundo mandato, logró ampliar el control congresual, al punto que el PRM no necesita de la participación de los partidos de oposición para aprobar ninguna iniciativa parlamentaria, incluida la reforma constitucional.

Concluidas las elecciones, el presidente Abinader, líder del PRM, se ocupó de aclarar por qué no usaría la súper mayoría que ganó en las elecciones del pasado año.

“Les quiero advertir que las grandes mayorías solo merecen el esfuerzo si sirve para mejorar el bien común. Por eso, me comprometo ante todos ustedes y ante los ciudadanos a que esta mayoría no servirá para defender ningún otro interés que no sea el del pueblo dominicano”, aseguró al recibir el certificado de elección por parte de las autoridades de la Junta Central Electoral.

En otros escenarios, como La Semanal, ha repetido el mismo mensaje, una y otra vez, que no usará la mayoría para hacer cambios a la Constitución y las leyes para beneficiarse él. Los funcionarios del gobierno le tomaron la seña y todos repiten que Abinader es el único presidente en la historia que no usará la mayoría para provecho personal.

Con ese enfoque, el presidente de la República promovió una reforma constitucional para, entre otras cosas, colocar un artículo transitorio que le prohíbe presentarse como candidato presidencial, a pesar de que la Constitución establece dos períodos presidenciales y nunca más.

El presidente ha cumplido su promesa de para que no usaría el amplio poder que tiene, como modificar la Constitución para mantener la posibilidad de volver a la Presidencia. Sin embargo, sigue pendiente saber para qué usarán el presidente y su partido el poder que le otorgó el votante. Es de gran valor que no se utilice para repetir excesos del pasado que la sociedad condena, pero debe servir para algo más. Para eso quedan tres años, dos en la práctica.

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