El pleno de la JCE ha caído en la trampa mortal de creer que con tener mucha gente opinando a su favor (comunicadores, periodistas, abogados y opinólogos, que abundan en esta tierra), va a ganar el pleito que se ha abierto con la mayoría de los partidos políticos del sistema. Es un error tomar ese camino y los ejemplos de fracaso en el pasado reciente están ahí, frescos en la memoria.

En 2019, cuando el sector de Leonel Fernández en el PLD pidió que se contaran los votos en el papel antes de emitir el resultado, se quedó solo en el escenario con un pedido en el que tenía toda la razón.

Todos los que ahora apoyan a la JCE, también estuvieron en contra, de manera inexplicable, de que se contaran los votos, a pesar de que eso era lo que procedía, era lo lógico y lo racional. Pero la JCE no accedió y tenía la mayoría de la opinión pública apoyándola, incluidos directivos de Participación Ciudadana, para que cometiera esos errores. Ya se sabe cuál fue el resultado.

Lo mismo se repitió con la insistencia de la JCE presidida por Julio César Castaños Guzmán de imponer el voto electrónico a pesar de todas las advertencias del riesgo que implicaba. Incluso, se arriesgó a usar ese sistema sin previsiones tan lógicas como imprimir boletas como medida de contingencia por si uno de esos equipos fallaba. El resultado fue una mancha imborrable para la democracia.

En el caso del criterio que ha aprobado la JCE para la aplicación del 20% de la reserva de las candidaturas que establece el artículo 58 de la ley 33/18, no se trata siquiera de si hay precedentes vinculantes o no; si es o no constitucional o si su presidente, Román Jáquez, está conminado a mantener el criterio que había externado antes sobre ese mismo tema.

El punto es que las decisiones de la JCE son de impacto político y que un árbitro no puede aplicar una norma donde la mayoría de los que van a la competencia la rechaza.

Mantener una regla, que no es mandatoria de ninguna ley ni sentencia, que la mayoría de los participantes desaprueba, solo conducirá a la JCE a perder legitimidad y confianza. Cualquier otra cosa, es tener más fe en el marketing, que en la esencia. Importan la forma y fondo, pero más el fondo.

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