Cuenta la historia que un día el conquistador español Francisco Pizarro, ante la desesperación de su extensa y agotadora expedición, trazó una línea en la arena con la intención de que los hombres que lo acompañaban eligieran entre cruzarla para dirigirse a Perú y hacerse ricos o devolverse a Panamá, seguros, pero pobres. Se dice que solo 13 tuvieron la valentía de cruzarla para seguir la travesía y resultaron ser los exitosos porque llegaron a su destino.

A partir de ese evento, la frase se ha convertido en una metáfora para simbolizar el lado que se ocuparía entre dos opciones radicalmente opuestas, pero definitorias, que pudieran marcar un antes y un después, esa sutil distancia entre el bien y el mal que distingue el éxito del fracaso, la eterna lucha de ganar o perder. Lo único es que hay quien quisiera permanecer en la línea limítrofe como equilibrista para complacer ambos bandos y evitar una decisión, cuando no hacerlo, es tomarla y la caída será irremediablemente estrepitosa, como trapecio sin red.

Esa tibieza de no ser ni frío ni caliente y pretender ser políticamente correctos para no ofender a nadie es una tendencia en que se actúa con cobardía para no asumir responsabilidades y se transita un espacio cada vez más difuso que no quiere poner en riesgo el statu quo, colocándose hábilmente en un terreno gris para no ser ni blanco ni negro. De templados está repleta la sociedad, indecisos que quieren estar bien con todos, pero que, por ese estado insípido, incoloro y desprovisto de sabor, como el agua, nunca harán la diferencia hundidos en un vaivén de incertidumbre.

La coherencia tiene un precio que pocos quieren pagar porque es mejor ir al ritmo de los vientos que satisfagan a los demás. Para algunos, es preferible flotar a la deriva cual hoja seca ocupando un lugar de cómoda placidez, que afrontar una postura que, no por aislada, impopular o incómoda, será menos correcta. Avanzar en una dirección que puede ser tortuosa y provocar resistencia es más difícil que permanecer quieto en total inercia.

Sin una pléyade de jóvenes decididos que nadaban contra la corriente no hubiera existido la trinitaria, la gesta del 14 de junio o la lucha encarnizada de las hermanas Mirabal; ellos traspasaron los límites, arriesgaron y apostaron por un destino donde no había seguridad de llegada, pero sí la convicción de que quedarse estático no era una opción.

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