Casi siempre, desde el primer día de vida, las personas tienen todo o parte de lo esencial para vivir. Abrir los ojos al mundo, inhalar y exhalar el aire por primera vez, sentir el abrazo de la madre, recibir el primer alimento, la protección y el abrigo, se convierte en la primera lección sobre la importancia de la seguridad.
Con el paso de los años, cambian las prioridades y cada meta o aspiración requiere de un nuevo esfuerzo, es motivo de desvelos y sacrificios.
Esa es la vida, andar en una alocada carrera en busca de los sueños y anhelos, avanzando hacia el “mejor futuro”, tratando a toda costa de olvidar el pasado, odiando al presente y todo lo que este ofrece.
El tiempo corre y las personas se forman concepciones erróneas sobre casi todo, en especial sobre el éxito, la felicidad y el amor. Contrario a lo que pudiera pensarse, no todos coinciden en sus visiones y conceptos sobre estos tres tópicos.
Cuando la mayoría piensa en el éxito lo hace desde una perspectiva de tipo económico y lo mismo aplica para la felicidad. La idea de ser felices se encuentra estrechamente vinculada a la bonanza financiera y al poder adquisitivo.
En el caso del amor, es donde menos coincidencia de criterios existe. Mientras que para unos el verdadero amor es sacrificio y perdonar hasta lo imperdonable, para otros, si existe amor, no se puede hablar de sacrificios, tampoco debe ocasionar algo por lo cual se tenga que perdonar o pedir perdón. Para algunos es mejor amar que ser amados, para otros solo se trata de recibir amor sin entregar nada o dar muy poco a cambio.
Los pensamientos diferentes sobre los mismos conceptos, quizás porque estos son el reflejo de la diversidad humana, de las distintas visiones y concepciones acerca de la vida, los deseos y anhelos de cada persona, ni siquiera tienen que ver con buenos o malos sentimientos, es solo cuestión de prioridades y de lo que hace felices a unos y a otros.