Ser feliz, no es estar siempre sonriendo, sentirse constantemente flotar en una nube.

Ser feliz no es vivir sin problemas, ni preocupaciones.

No es tener todas las necesidades cubiertas.

No es pasarse el tiempo en actividades divertidas, yendo de aquí para allá sin cumplir un horario y sin dar explicaciones.

Ser feliz no es el estado ideal que algunos suponen.

No es poder comprar todo lo que deseas, viajar a dónde quieras y cuando lo quieras.

La felicidad no significa divorcio total de las responsabilidades y obligaciones.

No es tenerlo todo. No es recibirlo todo.

Más que ser feliz, a veces solo se trata de estar feliz.

Sin embargo, aunque no muchas, algunas personas tratan de serlo, a pensar de que las circunstancias no sean muy favorables.

Y es que la vida y cada uno de los días que la componen nos regalan muchos momentos para estar felices, pero los dejamos pasar, pues nos detenemos a pensar justamente en aquello que nos falta. En lo que no tenemos y que quizás jamás podremos tener.

Esa es la razón principal que nos impide, no solo estar felices en ese momento, sino que será un impedimento constante para poder sentirnos plenamente felices.

Esperar disfrutar del que creemos nuestro estado ideal, pensar en cosas irrealizables y atar y desatar lazos y vínculos que el tiempo ha hecho irrompibles, nos lleva a la más peligrosa de las situaciones que es la de nadar contra corriente.

Mientras no asimilemos que la felicidad son cortos momentos que llegan y se van, que los problemas cotidianos son de los humanos y que por grandes que sean, no deben hacernos perder la fe, que no deben arrebatarnos la sonrisa, jamás podremos alcanzar un estado de armonía, esencial para una vida tranquila y en paz con uno mismo.

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