La semana pasada inició con una noticia horrible. Un poderoso sismo sacudió a Turquía y Siria y ya el número de fallecidos sobrepasa los 28 mil y se espera que ese número se incremente en los próximos días, semanas e incluso, meses.

Las imágenes desgarradoras de esta tragedia han arrugado el corazón, aún de las personas menos sensibles y es difícil escuchar los relatos de los sobrevivientes sin una mezcla de tristeza y esperanza de que cómo ellos, otros puedan vivir para contarla.

Tampoco es posible ser indiferentes al profundo dolor de un padre que con la mirada perdida, sentado sobre una piedra, se negaba a soltarse de la mano del cadáver de su hija de 15 años, la única parte del cuerpo de la joven que no quedó sepultada bajo lo que antes era su casa.

Es casi seguro, que miles han llorado y siguen llorando, al ver las informaciones de un territorio desolado, donde ahora habita la tristeza, que por momentos derrota a la esperanza que trata por todos los medios de mantenerse viva en quienes aún esperan noticias de algún pariente desaparecido.

Este tipo de acontecimientos suponen una lucha entre esperanza y derrota.

Por un lado se escucha el llanto desgarrador de alguien que ha perdido la batalla al encontrar a sus queridos muertos, pero no muy lejos de allí la fe se fortalece abonada por las lágrimas de felicidad de una madre al reencontrarse con sus hijos, a quienes creía haber perdido para siempre, o las risas de los rescatistas a quienes una abuela de 83 años a quien rescataron de entre las ruinas de su vivienda, les ofreció hacerles café como muestra de gratitud por haberle salvado la vida.

El mundo está con Turquía y Siria. Las organizaciones que luchan para rescatar sobrevivientes de los desastres naturales, han dejado sus países para ir a ayudar en lo que se necesite, las personas hacen colectas para enviar alimentos, ropa y medicamentos. Los gobiernos no tardaron en enviar ayuda y destinar fondos para apoyar a los familiares de las víctimas.

Todo eso está bien, pero ¿por qué solo esperar a que llegue la desgracia para voltear a ver las necesidades de nuestros hermanos?.

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