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Los hechos de violencia, en especial aquellos que se desprenden de la delincuencia, ocurridos en los últimos días en el país, no son ni aislados, ni nuevos. Se trata de un rebrote que como siempre viene acompañado de mayor peligrosidad.

La delincuencia cada día gana más terreno, desafiando a las autoridades y sembrando el terror entre la población que ya no se siente segura en ningún lado.

La delincuencia y la alianza de los delincuentes con algunas autoridades, especialmente con aquella llamada a frenarla, enfrentarla y combatirla, es lo que al parecer, ha hecho imbatible al crimen y a sus autores. La falta de respeto a la autoridad, la lucha entre grupos rivales, las adicciones, unido a la complicidad y a la cada vez más alarmante pérdida de valores, son solo parte de los factores que contribuyen con el fortalecimiento del crimen.

Las personas piensan que si se responde a las ofensas y maldades de los demás de la misma manera, uno es tan ofensivo y malvado como quien te lastimó.

Sin embargo, los males sociales que afectan a nuestra sociedad no pueden enfrentarse con simples discursos y palabras bonitas. Es una pena, pero si la delincuencia y el crimen que mantienen a la población en alerta máxima y a las autoridades en jaque, no se encaran con determinación y firmeza, con seriedad y verdadera intención de erradicarlos, terminarán por ganarle la batalla al país.

Muchos ejemplos demuestran que no ha existido una intención real de terminar con el problema.
Una luz de esperanza la constituyó el anuncio de una reforma policial, para la cual se designó una comisión que se encargó de realizar sus observaciones y recomendaciones. Esta comisión, integrada por un grupo de personalidades notables de nuestra sociedad, trabajó de manera intensa y se espera que se implementen los cambios sugeridos.

Pero, poco se logrará si no se ejecuta una limpieza profunda de la Policía Nacional y de las demás instituciones que deben proteger a la sociedad de la delincuencia y sus efectos. Romper de una vez y por todas con la complicidad entre autoridades y delincuentes.

Identificar el mal y extirparlo de raíz.

Poner en práctica un plan serio para recuperar las calles, para que la gente decente vuelva a caminar libre y confiada, sin temor a ser asaltado a punta de pistola o ser asesinado por un celular o alguna prenda de valor.

Es increíble que un gobierno tras otro se haya dejado “tumbar el pulso”, de los delincuentes y que cada día la gente se sienta más insegura y frustrada, sin entender por qué, si querer es poder, aún no se haya podido hacer nada.

La mayoría ha perdido la esperanza y ve con tristeza, como poco a poco, el país se convierte en tierra de nadie, donde la vida vale un poco menos cada día.




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