Nuestros supremacistas morales

Resulta fácil rechazar esa ideología que sostiene la superioridad de la raza blanca sobre cualquier otra y que se conoce como ‘supremacistas blancos o raciales’.

Resulta fácil rechazar esa ideología que sostiene la superioridad de la raza blanca sobre cualquier otra y que se conoce como ‘supremacistas blancos o raciales’. La sabemos huérfana de base científica, humana y moral. Esta ideología perversa promueve el dominio social y político de los blancos. Terminan constituyendo grupos de odio así como los vistos recientemente en la sociedad norteamericana.

Con cierta reserva, podemos levantar acta de carencia de la existencia de estos grupos en nuestro país, sin embargo, es notorio que de un tiempo a esta parte han aparecido unos grupos de odio bajo la bandera de la lucha contra la corrupción, la cual enarbolan para justificar e introducir su superioridad moral. Ellos los impolutos. En olor de santidad. Son los supremacistas morales.

Abundan en los medios estos sujetos y son de fácil identificación por la arrogancia y formaciones de clanes dedicados a destruir reputaciones de aquellos que creen ganados por el mal de la corrupción y, por tanto, inferiores. La falta de consecuencia y control los lleva a la utilización de expresiones violentas que generan agresividad emponzoñando nuestra sociedad.

A semejanza de los supremacistas blancos, estos supremacistas morales se proclaman puros y pretenden imponer en la sociedad un solo tema que les sirve de trampolín para alcanzar el dominio político: eliminar la corrupción. Para ellos, otras prioridades del país no existen – la seguridad o el desempleo por ejemplo- , o quedan supeditadas a su solo tema.

Abogamos por el uso correcto de los fondos y la función pública y exigimos consecuencias para quienes así no lo hagan, pero el énfasis descomunal en el asunto evidencia desorden mental y enajenación de nuestra realidad y daña el necesario equilibrio que permite avanzar mediante los mecanismos jurisdiccionales normales en estos casos.

Debemos rechazar a estos fanáticos y ruidosos supremacistas morales, quienes desde las cabinas de radio o plató de la televisión, y habitualmente agazapados tras una ONG, atacan y esperan que en base a su tremendismo moral les goteen las posiciones, ahora en manos de quienes consideran sus enemigos políticos.

Ya sé que no faltará quien como remedio, y haciéndose el gracioso, afirme que de supremacistas morales el país debería estar lleno, como un modo de curar, según ellos, la proliferación de corruptos. Olvidan quienes así piensan el peligro de los extremos y que sus críticas desaforadas terminan por desacreditar la que dicen su propia lucha.

No debiera ser, pero puesto a elegir entre un honesto inepto y alguien non santos pero con talento e ideas claras de desarrollo económico y social en bien del pueblo, nos inclinaríamos por este último con precauciones y vigilancia tendentes a aplicar correctivos a la menor desviación.

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