El siglo XXI ha sido considerado como el ciclo de las grandes transformaciones por los avances que proporciona la tecnología, cuyo ritmo acelerado obliga a montarse en el veloz tren del conocimiento o quedarse en el pasado. La telefonía y su desarrollo constituyen un ejemplo maravilloso de ese avance con las aplicaciones increíbles a que se tiene acceso.

Sin embargo, conjuntamente con esos avances y la comunicación llana que aproxima al mundo, se han filtrado antivalores a los cuales hay que darle el frente con tiempo, para evitar que la humanidad regrese a episodios como el Diluvio, Sodoma y Gomorra, entre otros acontecimientos bíblicos amargamente trascendentes.

El arte es una secuencia de valores positivos para la humanidad como escuela, entretenimiento y desarrollo del conocimiento, pero hay obras teatrales y “géneros musicales”, cuyos efectos son contrarios a esos valores. República Dominicana ha sido asaltada con ese culto a la vulgaridad, destructor del idioma y tóxico para niños, jóvenes y adultos y debemos asumir controles para evitar la masificación de su divulgación.

Esos reggaetones cargados de expresiones inmorales, invitación al consumo de sustancias prohibidas y de irrespeto a los valores deontológicos, religiosos y culturales, saturan los canales de televisión, la radio y, más aún, los servicios telefónicos que leoninamente debemos poseer y en los cuales no se respeta el debido derecho a la privacidad y al correcto vivir.

Es tiempo de que las autoridades, especialmente, Educación, Telecomunicaciones, Cultura y las oficinas que rigen el derecho de autor y los espectáculos, pongan un alto a la falta de respeto que se está empoderando en el país y creando un daño permanente a los valores que hemos cultivado y defendido por tanto tiempo.

No podemos permitir que, al encender un televisor, sintonizar una emisora y abrir el teléfono, tengamos que soportar esa horrible carga, “esa podredumbre”, de anuncios e informaciones, así como la colocación de temas que conllevan a la destrucción de nuestros valores esenciales.

El país marcha por senderos de recuperación de la economía, de los valores éticos en la gestión del Estado y es pertinente incorporar a esa preocupación el rescate de nuestros valores y de las hermosas tradiciones cristianas y culturales que nos han distinguido siempre. Paremos esa vulgaridad llamada música urbana, si ella no cumple con los requisitos de una nación decente. ¡Actuemos ahora!

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