Prácticamente desde su creación, la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos (CIDH) ha tenido a República Dominicana como uno de los principales objetivos de sus flechas envenenadas y, en cada ocasión, sus acciones han perjudicado al país.

Esta influencia fue llevada con sañas al seno de la Corte Interamericana, posteriormente creada con ínfulas de independencia, que tiene su sede en San José, Costa Rica y los resultados están ahí, en sus amargas y parcializadas decisiones, como juguete de la OEA.

Por esa razón, aunque se celebre con bombos y platillos que sacaron al país de su lista negra, no hay razón para sacrificar recursos, tiempo, espacio y la buena fe de los dominicanos, siendo sede de una reunión que, al final, servirá de plataforma para levantar nuevos ataques en contra de los dominicanos “que somos su trago amargo”.

Con todas sus consecuencias, nos unimos a quienes piensan que seguimos alimentando el “Complejo de Guacanagarix” y que como los niños inocentes celebramos una acción supuestamente benévola, dejando atrás la gran secuela de daños causada con sus decisiones a generaciones de dominicanos.

Los dominicanos sensatos no deben seguirle el juego a aquellos que buscan congraciarse y, menos aún, ser audiencia de jugadas que al final nos dejarán con el score en 0, porque con ellos nunca
ganaremos nada.

Algo busca la OEA con esta reunión en el país, no sabemos si tratar de borrar con otro tintazo la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional sobre la nacionalidad y la Ley 169-14, o si definitivamente su propósito es cortar de tajo nuestra dominicanidad.

Sea cual sea su intención, el país no ha debido servir de escenario a uno de los más grandes enemigos de nuestra soberanía, a un instrumento cuyo accionar tiene capitanes específicos, que no soportan el crecimiento del turismo y el despegue económico que aparentamos tener. ¡Hace 526 años del descubrimiento! ¡Abramos los ojos!

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