Las cosas que se hablan y no se interpretan ni ejecutan adecuadamente traen tensiones y desgastes en las relaciones, especialmente cuando asumimos que somos escuchados integralmente. Hay quienes hablan para decir algo, mas sus palabras sólo logran opacar sus intenciones; hay quienes hablan fuerte intentando acentuar sus sentimientos pero no consiguen impresionar a nadie y están los ignorados, no importando lo veraces o perfumadas que sean sus palabras. Dijo Jesús al respecto que, el problema no es la semilla, sino el terreno donde cae, los corazones engreídos oyen pesadamente. Casos sobran cuando tenemos tanto que decir que las palabras quedan cortas o cortan mucho y se opta por enmudecer; pero realmente justo cuando alguien decide callar es cuando más está diciendo. Quien tiene oídos para oír, no las deje ir.
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