La incredulidad no necesariamente es el problema de algunos. Todos tenemos fe, y en diferentes medidas, el punto es que no apostamos a lo mismo. No creer en Dios significa creer en otra cosa que decidimos llena “mejor” nuestras expectativas divinas o humanas. De modo que el tema de muchos no es carencia de fe, sino de agallas para admitir y defender tu medida de fe ante la atrevida ignorancia de tus amigos o la sanguinaria arrogancia de tus superiores. Para creer hay que tener coraje, paciencia y conocimiento de “el autor y consumador de la fe”.
Una fe ganadora no teme perder un status, ni oro o plata ni otros bienes materiales, porque apunta al galardón. Quien es tentado a creer no sucumbe ante la duda, se arrodilla ante la verdad.