Dios es el Señor de los tiempos. Él los apresura, los retrasa, los ordena y encierra en un corazón, allí introdujo la eternidad. Su mano da cuerda al reloj de las estaciones para iniciar una temporada, reiniciar un propósito interrumpido y mover el curso de una vida como las aguas del río… Hay un tiempo para cada cosa y este debe encajar en su plan. Como Soberano de la eternidad, no existe acontecimiento sin su consentimiento, ni prueba sin fecha de expiración, tampoco tardanza sin explicación y mucho menos promesa sin cumplimiento. Tiempo es la bandeja que transporta la copa que transforma agua en vino y cada promesa en realidad… Cada propósito trae un tiempo oportuno, esa cita divina que te transporta 180 grados adelante. Pon el despertador, sé puntual.