Desgraciadamente en la historia de la humanidad siempre ha habido asesinos y criminales a quienes la ley de Dios y las de los hombres les establecen sus castigos, y aunque no siempre la justicia terrenal cumple con su sagrada misión de imponerlos con equidad, imparcialidad y oportunidad, para quienes son creyentes siempre existe la certeza del juicio divino.

Sin embargo, cuando se trata de heridas propinadas por palabras y no por armas, expresadas con la intención de matar reputaciones y herir en lo más profundo a personas y sus familias, no solo flaquean las sanciones legales sino también las morales, porque ni siquiera se tiene claro que tan asesino es quien mata, hiere o apunta para intimidar con su lengua, como quien lo hace apretando un gatillo. Por eso de forma sabia y oportuna el nuevo papa León XIV nos lo recuerda al pedirnos “Midamos el lenguaje, porque también se puede herir y matar con las palabras, no sólo con las armas.”

Hace tiempo que en nuestra sociedad existen personas que se han dedicado a una de las acciones más viles que existen, la de difamar acusando sin ningún fundamento o tergiversando maliciosamente situaciones con el avieso propósito de hacerle daño a alguien, de chantajearlo o provocarle temor e intentar así impedir sus acciones o cambiar sus decisiones, con expresiones dichas de la manera más enérgica y grandilocuente posible con la intención de engañar a quienes los escuchan simulando seguridad en lo que se dice, y aumentar así su audiencia por aquello de que lamentablemente el morbo seduce a muchos, lo que al mismo tiempo surte el efecto de multiplicar el precio de su silencio.

Eso que algunos hacían en ciertos medios tradicionales, sobre todo radiales y televisivos, y que hizo que emergiera un reprobable supuesto nuevo estilo de comunicación plagado de palabras groseras e improperios, y que durante mucho tiempo fue resentido por algunos, contó con la contemporización de otros, que con tal de no ser víctimas de esas sucias lenguas pagan anuncios, dispensan favores, otorgan contratos, y validan con su presencia como invitados en sus espacios sus malas prácticas.

Como el internet propició el desarrollo de medios de comunicación digitales, y ya no se necesita de una frecuencia radial o televisiva para tener un canal, estación o programa, lo que tuvo el efecto positivo de democratizar el acceso a la información, por el otro lado trajo los mismos lodos que existían ya en los medios tradicionales y los multiplicó de forma exponencial, porque ya no se trata solo de algunos periodistas que escogieron el camino equivocado en medios que eran contados con los dedos, sino que cualquiera sin preparación alguna, sin conocimientos de la ética y sin compromisos con una clase profesional o medio, a golpe de ”vistos”, “me gusta”, “etiquetados” y “menciones” logran convertirse en lo que ahora se denomina influenciadores, o en otros casos algunos comunicadores han optado por azuzar los más despreciables sentimientos de un público que escucha sus supuestos reveladores mensajes carentes de toda objetividad, profesionalidad y veracidad, con el mismo furor que muchos siglos atrás el pueblo asistía a la arena a ver las sangrientas luchas entre gladiadores, o entre estos y feroces animales, en los que muchos estaban llamados a morir y solo el más fuerte a sobrevivir.

La defensa de la libertad de expresión en ningún caso puede dar pie a que algunos se sientan con patente de corso para asesinar reputaciones y amendrentar personas que, por sus posiciones públicas, su condición social o su liderazgo, se vuelven carne de cañón frente a sus mortíferas armas, en consecuencia, la debida sanción por el delito de difamación e injuria debe ser impuesta con sana justicia. Y aunque tomar la decisión de enfrentar las mentiras significa pagar un precio alto y tener la paciencia de esperar el lento paso de la justicia, si es que llega, es de valientes asumirlo. Lo que no tiene que esperar ninguna sentencia, ni la aprobación de legislación alguna es la decisión responsable que debería tomar cada uno de repudiar tan deleznables personajes y métodos, negándoles nuestro seguimiento, contratación y simpatía a quienes los realicen, porque no hacerlo y seguir alimentando el monstruo con vistos, anuncios y reproducciones nos convierte en sus cómplices por temor, morbosidad o ingenuidad. Es hora de que les manifestemos nuestro total repudio, y de dar un firme respaldo a quienes valientemente decidan hacerlo.

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