Hay una pregunta que, aunque incómoda, deberíamos hacernos más a menudo: ¿Estamos realmente viviendo o simplemente repetimos años? El tiempo pasa (eso es inevitable) pero, lo que hacemos con ese tiempo es lo que define si estamos abrazando la vida, o sobreviviéndola en piloto automático.
La rutina tiene una forma sigilosa de instalarse. Empieza con pequeños hábitos que repetimos cada día: despertarse, trabajar, cumplir, dormir.
Al principio, puede parecer eficiencia. Pero con el tiempo, si no se alimenta de curiosidad, pasión y propósito, esa eficiencia se convierte en inercia; En vivir sin moverse, sin crecer, sin asombrarse. Y eso, como advierte el poema “Muere lentamente” de Martha Medeiros, es una forma de muerte en vida.
Repetir los mismos pensamientos, los mismos trayectos, las mismas quejas, los mismos miedos… es fácil.
Cambiar, en cambio, requiere coraje. Y ahí es donde muchas personas se detienen; Por miedo a fracasar, a decepcionar, a perder seguridad, a no cumplir con su rol. Pero, lo cierto es que hay un precio mucho más alto que el del fracaso: el de no intentarlo nunca.
“Muere lentamente quien no cambia de marcha cuando está infeliz con su trabajo o su amor”, dice el poema. Y tiene razón. Postergar decisiones importantes, ignorar el llamado interior al cambio, apagar las pasiones para encajar… eso erosiona el alma. Lo que nos mantiene vivos no es la perfección, ni el éxito según estándares ajenos, sino el movimiento. El deseo de aprender, de explorar, de transformarnos, incluso a riesgo de equivocarnos.
Vivir no es acumular años, sino experiencias. Y no se trata de llenar el calendario de actividades sin pausa, sino de elegir con intención; ¿Qué me despierta? ¿Qué me emociona? ¿Qué relaciones me nutren y cuáles me apagan? ¿Qué parte de mí estoy dejando atrás por miedo a incomodar? Estas preguntas nos sacuden, pero también nos despiertan.
La buena noticia es que nunca es tarde para hacer el giro. A cualquier edad, en cualquier circunstancia, podemos decidir vivir con más conciencia. A veces, eso significa tomar decisiones grandes. Otras veces, basta con pequeños gestos: escuchar música nueva, leer algo diferente, hablar con alguien que piensa distinto, mirar el cielo, o simplemente apagar el piloto automático por un día.
La vida no se mide por los años vividos, sino por los años sentidos. Por eso, ante cada cumpleaños o cada lunes, deberíamos preguntarnos: ¿estoy viviendo o simplemente repitiendo?
Que no se nos pase la vida sin vivirla. Que no despertemos un día con la amarga certeza de haber coleccionado calendarios en lugar de memorias. Como escribió Martha Medeiros, “sólo con ardiente paciencia conquistaremos una espléndida felicidad”.
Que esa paciencia ardiente nos acompañe. Que el fuego no se apague. Que no sigamos midiendo nuestro tiempo con relojes ajenos.
¡Que vivamos, de verdad!