Santiago. A Junior Rodríguez y sus tres hermanos les tocó vivir la pesadilla de sus vidas. En pleno toque de queda, Sonia María Cruz, su madre, murió de un infarto mientras era conducida al hospital.

El factor sorpresa y la desesperación invadieron esta familia, mientras debían atinar los siguientes pasos para su traslado y sepultura. Todo de manera apresurada.

No hay funeraria abierta, ni donde alquilar sillas para llevarla a su casa. Familiares y amigos se habían acogido a la cuarentena, por lo que las ayuda y la solidaridad fue mínima. Tuvieron que tocar puertas, acudir a la sensibilidad para lograr tenerla en casa algunas horas y que sus más cercanos la despidieran.

Aunque su muerte se produjo la noche del sábado, el domingo debieron sepultarla a las dos de la tarde. No hubo misa de cuerpo presente, tampoco una rezadora para poner su alma en las manos de Dios y con ello dar testimonio de su creencia religiosa. Todos estos actos religiosos también están en cuarentena.

No hubo reuniones familiares y tuvieron que acogerse a anotar vía WhatSapp las misas para el novenario las que escucharon vía Facebook Live.

La mayoría de las condolencias las han recibido vía telefónica, por donde también tuvieron que descargar parte de su dolor y la impotencia de haber perdido a su madre y pero aún, en las actuales circunstancias.

Esta pena la han vivido al igual que las demás familias que han perdido a sus seres queridos en medio de estas circunstancias, ya sea como resultado o causa del Coronavirus que hasta ayer había alcanzado las 173 víctimas mortales.

Además de todo lo que envuelve esta tragedia, tienen que asumir el compromiso con las familias, protegerlas de un virus desconocido y que ha generado temor en el mundo, pero demás garantizar la alimentación, difícil cuando los recursos salen del día a día.

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