Al nacer mi segundo hijo, siendo yo muy joven, ingresé a trabajar a mi casa a Elena, una muchacha que lucía dulce, tranquila, con un alto cuidado de su higiene personal y una gran dedicación. Su único defecto era que, desde las primeras dos semanas, solía pedirme un permiso los jueves, con la excusa de que tenía que ir a ver su niño, y regresaba muy temprano de mañana. Se volvió costumbre, una o dos veces por semana, después de dejarme hasta la cena lista temprano de la tarde, vestirse muy bien e irse a su “casa”. Por algo que no voy a citar, que observé en una de sus salidas, empecé a sospechar que algo extraño y oculto había en la vida de Elena.
Una mañana, en la cual me desperté antes de las seis y miré desde el balcón (vivía en una cuarta planta), la veo venir precisamente a ella. Esa mañana lucía muy cansada, como si no hubiese dormido toda la noche. Al cuestionarle, me respondió: “No pude dormir”. Aproveché para mandarla al colmado a comprar algo y, aunque con pesar mío, pues entendiendo violaba su intimidad, revisé la cartera con la que había llegado, llevándome la siguiente sorpresa: dentro de un bolsillo había un carnet, creo de Salud Pública, no lo recuerdo bien, y el nombre de un lugar que era una barra. Me puse nerviosa por dos razones, primero por lo noble y buena que era, lo que había permitido ganarse nuestro cariño; y segundo, por descubrir algo que, con sus propios labios, cuando la interrogué, y lágrimas en sus ojos, me confirmó diciendo: “Grecia, tengo que confesarle que también trabajo, y lo hacía antes de venir aquí, pero no he podido dejarlo, en un prostíbulo. No tiene que preocuparse, estoy sana, ya que me obligan siempre a ser vista por un médico”.
Con el crecimiento espiritual y la madurez de hoy, jamás la hubiera despedido al instante como hice, sin antes tratar de ayudarla y encauzarla, refiriéndola a algún lugar donde pudiera iniciar un proceso para convertirla en una persona con una vida distinta. Ya que, sin reproche y llena de vergüenza, aceptó irse y no regresó ni siquiera a buscar lo que tenía ganado durante los últimos días.
Han pasado muchos años y me duele no haber hecho nada por Elena.