Boicot al pica pollo

La palabra “boicot” es fascinante, a veces misteriosa. Asusta en ocasiones, aunque en la boca de algunos se transforma en comedia. Busca…

La palabra “boicot” es fascinante, a veces misteriosa. Asusta en ocasiones, aunque en la boca de algunos se transforma en comedia. Busca ridiculizar o condenar, o ambas cosas. Es universal y democrática, pues la expresan, como amenaza o defensa, continentes, países y regiones, al igual que dignatarios, deslenguados y poetas. Es difícil que no se encuentre siempre en la prensa diaria, en cualquier sección, no importa, porque tiene un público cautivo que no escapa al encanto de leer una noticia que tenga el vocablo “boicot”.

Remontémonos a la Irlanda de la segunda mitad del siglo XIX. Cuenta la historia que existía una finca administrada por el capitán Charles Cunningham Boycott. Una liga campesina, para mejorar la situación económica de sus miembros, propuso reformar la distribución de las tierras y rebajar los alquileres. El señor Boycott se negó a tales reclamos y expulsó de sus lares a los insubordinados.

Los afectados no se quedaron de brazos cruzados y suspendieron todo negocio con el explotador, y tampoco sembraron en sus tierras, no trabajaron en su casa, los comercios del área no le vendieron comida y hasta el cartero dejó de  llevarle el correo. Fue una acción pacífica, por si acaso. Por más esfuerzos que hizo el administrador, perdió un dineral en las cosechas y no le quedó otra que salir huyendo con su familia hacia Inglaterra. The Times, un periódico famoso de la época, llamó a esta forma de protesta “boycott”, lo que quiere decir que a Boycott lo boicotearon.

Desde entonces, el boicot  ha traspasado las fronteras del comercio, y su espectro es amplísimo. Uno de los más impactantes fue el que aceleró el fin del apartheid en Sudáfrica. Surgió por el año 1980, cuando hubo una campaña mundial para que no se consumieran productos de las compañías transnacionales que de una u otra forma contribuían con el gobierno racista. Y como estamos en vísperas de los Juegos Olímpicos en Londres, recordemos los famosos boicots ocurridos en Moscú (1980) y Los Angeles (1984).

También son comunes los boicots a comidas rápidas, programas de televisión, naciones fichadas como terroristas, cervezas, barcos balleneros, trovadores necios…

Y ahora nos toca a nosotros boicotear. El argumento es defender al consumidor de los altos precios del pollo. La jornada será el 17 de julio. “Que nadie compre ni coma pollo ese día” es la consigna. Varias organizaciones de base la promueven y las redes sociales la promocionan con insistencia. La idea me gusta. Y aunque no estoy seguro de su efectividad, será una excelente oportunidad para unir nuestras voluntades en favor de algo justo, y ya con eso ganamos. El 17, no hagamos boicot al boicot.

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