Burgueses Tabacaleros II

Solucionaba mi padre el problema de competitividad con diseño físico y calidad de materia prima, que simplemente eran superbos.

Burgueses tabacaleros

A pesar de tener solo seis años de edad, que mi padre fuera accionista principal de La Imperial, importante empresa tabacalera, y administrador de La Constancia, también tabacalera propiedad de su tío y padrino Julio Rodríguez García,  son recuerdos

Solucionaba mi padre el problema de competitividad con diseño físico y calidad de materia prima, que simplemente eran superbos. Talvez lo hacía al seguir mecanismos que había adoptado su familia para obtener tabaco de alta calidad para exportar hacia Holanda, pero que usó para elaborar túbanos de diferentes clases para el mercado nacional.

La elaboración de cigarros de alta calidad requiere no solo buen tabaco sino también un proceso de añejamiento que dura aproximadamente un año; es decir, de una a la siguiente cosecha.

Mi padre pignoraba en el Banco Agrícola su existencia de tabaco en proceso de envejecimiento, cuyo valor unitario, en términos financieros, era equivalente, al menos, al costo de adquisición de esa materia prima del año anterior. Esas eran las reglas del banco.

Los productos de la pignoración financiaban la siembra, cosecha, seca y enmanillado del tabaco, a agricultores que producían tabaco de los tipos requeridos para producir el gran cigarro que consiguió. Y así aprehendí las cualidades que se requieren del empresario.

Si bien los tabacaleros cibaeños tuvieron conciencia de nación durante el esperpento de retorno al seno de la madre patria que armó el infrapatriota hatero Juan Sánchez Ramírez, apoyado por los independentistas, el sureño Ciriaco Ramírez y los patriotas cibaeños, a quienes traicionó, su triunfo fue realmente una gran pérdida para la nación que recibió, resultante de la epopeya, pobreza extrema, aunque tales hechos no desanimaran a la precaria e incipiente burguesía cibaeña en sus procuras productivas.

Entretanto, mientras Santo Domingo permanecía sumido en abyecta pobreza, ni los escribidores de la historia ni los intelectuales al servicio de Santo Domingo, única ciudad culta, tenían conocimiento sobre lo que pasaba en ningún otro sitio.
Y lo que pasaba era, aunque lento, desarrollo generado por el liderazgo de los cultivadores del Cibao y del Suroeste, que podían vender los frutos de sus tierras a Haití y a los comerciantes de la costa del norte para su exportación, consecuencias de la asunción de un nuevo paradigma que incluia cambios en la tenencia de la tierra, la composición social, la economía y el liderazgo político. De esa manera coexistieron en la isla tres regímenes: una república acosada, Haití; una colonia desatendida, Santo Domingo; y un territorio ignorado, compuesto por el Cibao y el suroeste fronterizo.

Tan ignorados e independientes se apercibían los líderes del Cibao y el suroeste, que cuando Núñez de Cáceres proclamó la independencia dominicana, si no la pidieron, al menos apoyaron la anexión de la República Colombiana del Haití Español, por parte del gobierno de Boyer, a la República de Haití.

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A pesar de tener solo seis años de edad, que mi padre fuera accionista principal de La Imperial, importante empresa tabacalera, y administrador de La Constancia, también tabacalera propiedad de su tío y padrino Julio Rodríguez García,  son recuerdos fijos porque llevaron a mi padre a vender su negocio con la esperanza de conservarlo dentro del seno familiar, talvez de recuperación, aunque la plusvalía de capital, terminara en manos de la familia de mi madre que sabía que lo procurado era salvaguardar el capital en Santo Domingo, como llamaba mi abuela, Ana Luisa Rodríguez García, a nuestra capital.

Los eventos con que la política marcó a miembros de la familia antes de que cumpliera yo diez años de vida, incluyeron a Julio, el tío y padrino de mi padre, muerto como secuela de torturas recibidas durante el régimen de Trujillo, hecho prisionero cuando a su llamada a la bomba de Calamidad para envío de taxi, acudió un vehículo del SS de Trujillo; el asesinato del jefe político de la familia, Doroteo Armando Rodríguez García, el exilio de Juancito Rodríguez García, de sus hijos José Horacio, Picho y Pucha; la eterna persecución de José (Chachito) Rodríguez García, sobrinos e hijos, y el exilio voluntario de dos de mis tíos paternos, los médicos Juan Manuel y José Edmundo, que lo lograron bajo la protección encubierta de la diplomacia norteamericana.  Cuando el último de estos murió era profesor de Anatomía Patológica de la Universidad de Puerto Rico en Santurce, mientras que el primero era a la suya Profesor Emérito de Neuro-radiología de la Universidad de Harvard, en Boston, MA.

Después de peripecias empresariales fracasadas retornó mi padre al tabaco, fundando en La Vega, en 1949, la Competidora, en donde me estrené de once años como despalillador, con asignación de 2kg de hojas de tabaco que no logré terminar por desmayo, pues mi organismo no toleró la nicotina de su contenido.  Recobré el resuello en mi cama horas después.  La asignación de los siguientes días sí logré terminarlas.

Mi padre había desarrollado un inteligente esquema de competitividad para mantener a su empresa en el tope de la percepción de calidad por el consumidor.  Hacía así de la marca empresarial, Competidora, un símbolo mercológico que en el mercado se percibía como el de gran competidor.

Ocupé todos los puestos de la empresa, excepto el de torcedor, porque él consideraba que ese era trabajo de artista y yo ya tenía arte de más.  Así, cuando el 30 de junio de 1955 cumplí 16 años, él me hizo el regalo más impresionante de toda mi vida.  Me nombró Administrador General de su empresa.

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