Andrew Bynum, el centro estelar de los Lakers de Los Ángeles, está registrado con siete pies de altura.Eso significa que creció bien alto, no que se ha desarrollado.
Su peso es de 285 libras. Se infiere que es un mastodonte, no que es un grande.
A veces muestra actitudes que tiran por el suelo lo apto que es para brillar en el mejor baloncesto del mundo, el de la NBA.
Le pasó en Dallas durante los playoffs de la pasada campaña, cuando le dio un tablazo innecesario y antideportivo a José Juan Barea que tuvo como resultado una salida bochornosa y una sanción de cuatro juegos para el inicio de la actual estación.
Ya este año se ha buscado unas técnicas innecesarias y ahora se decide por realizar un tiro de tres en un momento que no lo ameritaba ante los Guerreros de Golden State el pasado martes.
El dirigente Mike Brown lo saca de cancha y después del juego se expresa con dos perlas: una en la que dice no ver los motivos para que lo enviaran a la banca y la segunda, no sé si peor, pero desafiante a la enésima, en la que proclama que tomará más disparos detrás del arco.
Eso se llama tener 24 años y pensar como uno de 12.
Con los estudios y los actores de Hollywood colindando con los Lakers, lo que menos necesita el conjunto es drama, trama y guerrilla. No es que Bynum haya tirado de tres. Para nada. Es su malcriadeza la que no contribuye.
Y si Bynum quiere ser el hombre del conjunto en un futuro no muy lejano, ya que es obvio que Kobe Bryant debe ceder el bastón de mando, así no se gana el respeto.
Apunte esto
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