DR-CAFTA: un mal negocio

La adhesión al DR-CAFTA fue un acto de desesperación, y como tal, difícilmente podía terminar bien. Su propósito concreto fue evitar que, en comparación con Centroamérica, el país viera reducidas sus ventajas de acceso al mercado de los Estados&#8

La adhesión al DR-CAFTA fue un acto de desesperación, y como tal, difícilmente podía terminar bien. Su propósito concreto fue evitar que, en comparación con Centroamérica, el país viera reducidas sus ventajas de acceso al mercado de los Estados Unidos, en particular aquellas que beneficiaban las exportaciones de confecciones textiles.

Había pánico en el sector de zonas francas, otrora dominado por la actividad textil, que temía perder contratos frente a la competencia centroamericana. Y ese pánico logró trasladarlo con mucha efectividad al gobierno de turno en 2002, el cual, desprovisto de una visión estratégica y una perspectiva de desarrollo y  comercio de largo plazo, compró el argumento de que si el país no entraba en un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos junto a Centroamérica, vendría la debacle.

De allí que, antes que negociar, la prioridad era sumarse al convenio. La forma y los costos de lograrlo eran secundarios.  Por supuesto, los costos los iban a pagar otros. Eso explica la forma atropellada en que se procuró la adhesión y el precario resultado.

Desafortunadamente, el acuerdo implicó que muchos pagaran sus costos pero los prometidos beneficios nunca llegaron. Los costos los están pagando y lo continuarán pagando especialmente los sectores manufacturero y agropecuario.

No obstante, hay que reconocer que las manufacturas han sido impactadas menos de lo que muchos temían porque en verdad sólo una proporción limitada de las manufacturas importadas que compiten con la producción local son de origen estadounidense o centroamericano. La agropecuaria, por su parte, terminará siendo la gran perdedora. Verá crecer los costos del acuerdo en los años por venir en la medida en que avance el calendario de desmantelamiento de las barreras a las importaciones de alimentos, y en la medida en que los alimentos importados desde los Estados Unidos continúen desplazando la producción local. Sin embargo, los altos precios internacionales de los alimentos apuntan a que el golpe será menor de lo inicialmente esperado.

Por el lado de los beneficios, quienes estaban supuestos a ganar, las empresas de confecciones textiles, nunca ganaron. La razón fue que el tratado no pudo evitar que la avanzada de las confecciones textiles de Asia terminara por desplazar a todos los países de la región del mercado estadounidense. La debacle para el sector textil llegó de todas formas. El derrumbe de la tasa de cambio a fines de 2004 le puso la tapa al pomo, porque redujo dramáticamente la rentabilidad y la competitividad de precios del sector, haciendo derrumbar las exportaciones.

Se trató, por tanto, de un negocio verdaderamente malo porque pagamos el precio y no obtuvimos beneficios. La evidencia es avasallante: entre 2005 y 2013 el valor de las exportaciones hacia los Estados Unidos no sólo no aumentó sino que se redujo en más de un 7%. En contraste, las importaciones desde ese país crecieron en un 53%. Además, el país perdió participación en las exportaciones del conjunto de los países del DR-CAFTA hacia Estados Unidos.

Entre 2004 y 2005, estas representaron más del 26% de las exportaciones totales del bloque, pero entre 2012 y 2013, esa participación había caído hasta 19%.

Sin embargo, el fracaso en el desempeño exportador no debe verse como resultado del acuerdo sino como algo en lo que, contrario a lo que pregonaron muchos de sus defensores, éste no ayudó. Y no lo hizo por dos razones.
Primero porque el problema de las exportaciones dominicanas no residía en las barreras comerciales de Estados Unidos. Entre 2002 y 2004, antes del acuerdo, el arancel promedio que pagaban nuestras exportaciones en ese mercado era apenas algo más de 1%.  En ese escenario, no había mucho que mejorar con un acuerdo.

Segundo, porque por décadas el país y el Estado no han asumido con seriedad la tarea de la transformación productiva y el aprendizaje tecnológico, base de cualquier esfuerzo por conquistar mercados. Empezar a caminar esa senda era un requisito para avanzar en ese y otros acuerdos comerciales.
Desgraciadamente, en ese momento, el poder de los intereses sectoriales y la fe en el libre comercio pudieron más que la racionalidad y el sentido común.
Por fortuna, la historia no ha terminado. El reto del cambio productivo es más acuciante hoy que antes, y asumirlo con determinación es indispensable para transformar una derrota actual en una victoria futura.

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