La caña ya no es tan dulce

Marimanta, mulato de pronunciada estatura, pelo y bigote de nieve, tocado de su inseparable sombrero de alas anchas, era asiduo en la barra de Lin donde, en noches de farra, arreciaba a todo dar su par de maracas al ritmo de las guarachas que ‘desgranab

Marimanta, mulato de pronunciada estatura, pelo y bigote de nieve, tocado de su inseparable sombrero de alas anchas, era asiduo en la barra de Lin donde, en noches de farra, arreciaba a todo dar su par de maracas al ritmo de las guarachas que ‘desgranaba’ la vellonera y saboreaba, como el mejor de los catadores, sus tragos de puro aguardiente.

En la mayoría de bares, barras y lupanares de Sabana Grande de Boyá el ambiente no era distinto. Los contertulios daban para rato. Corrían los años finales de la década de los ’60 e inicios de los ’70.

Había entonces una especie de orgullo entre la gente de este municipio de la provincia Monte Plata, y que se vanagloriaba con tener en su haber un poderoso equipo de béisbol amateur, una buena cosecha de profesionales en distintas ramas, un activo comercio regional, y al hecho de que estaba a menos de hora y media de la capital, ¡y en carros!, que entonces cobraban RD$1.50 por pasajero a domicilio, cuando un galón de gasolina costaba la friolera de 42 centavos. 

Marimanta era el chofer del camión ficha 62, uno de los tantos que en tiempos de zafra recorrían los polvorientos caminos –y en tiempos de lluvia convertidos en enormes lodazales- entre cañaverales para colocar el producto en vagones arrastrados por una locomotora para ser llevados rumbo a la lejana Haina, donde estaba el ingenio.

Los altos precios que registró el azúcar en mercados internacionales se tradujo en una época de relativo esplendor para este municipio, rodeado de cañaverales por doquier. La apertura de Radio Boyá marcó un hito en el pueblo, con el siempre entusiasta Negro Santos al frente.

En el pueblo y sus bateyes la bonanza que dejaba la caña de azúcar atraía a gente de lugares tan lejanos como Samaná, Barahona, Bonao, La Vega, Santiago, Higüey, Hato Mayor y otros. Pero esa bonanza trajo consigo mayor proliferación de la prostitución y de los juegos de azar.

De vez en cuando se comentaba entre la gente del pueblo que a tal negocio llegaron “cueros” de otros lugares. Eran prostitutas llevadas desde sitios tan distantes como Cotuí, La Vega, Jarabacoa, San Cristóbal, Bonao, Yuna, Mao, Santiago, etc.

Eran los tiempos en que se hablaba en el país de la bonanza azucarera, de la “Danza de los millones”, como la definían algunos, entre ellos el entonces presidente Joaquín Balaguer.

El pueblo se lo gozaba

La aparente bonanza permitía a orgullosos boyaenses darse el lujo de frecuentar los llamados “bares de sociedad”, como el “Danubio Azul”, el “Constelación”, “la Boite de Muñeca”, amén de las fiestas amenizadas en la Logia Renacimiento.

Negocios como el bar de Ramoncito, el bar Los Coquitos, de Don Obdulio, y la barra de Virgilio también tuvieron su tiempo de apogeo. Para entonces en el pueblo se presentaban con cierta frecuencia -en vivo- artistas de gran fama llegados desde la capital.

El Combo Show de Johnny Ventura, Francis Santana, Félix del Rosario y sus Magos del Ritmo, Los Paymasí, entre otros, llegaron a amenizar fiestas que constituían rotundos éxitos en cuanto a asistencia de parroquianos.

“Percal”, interpretado por Bienvenido Granda; “Llanto a la luna”, en voz de José Manuel Calderón; “Pena de hombre”, de Rafael Encarnación; “Plazos traicioneros”, de Vicentico Valdez, entre otros, llegaron a convertirse en más que una cotidianidad.

No se quedaban atrás los éxitos de Javier Solís, Toña La Negra, Fernando Valadés, Benny Moré, María Luisa Landín, Nelson Ned, Rafael Colón, Sandro de América, King Clave, La Sophy. Eran tiempos en que los negocios de diversión vivían atestados de gente y donde se presentaban los más cotizados artistas nacionales del momento.

La fritura de doña Pifia, que se ubicaba en la calle Eugenio María de Hostos con 9, contentiva de chicharrones, ‘bofe’, ‘entresijo’, carne frita, ‘tostones’, era una especie de encuentro obligado para decenas de hambrientos contertulios en las noches de bohemia.

No era el único negocio de la especie. Juanita, Andrea, Mariano, Antera y Elisa crearon fama con sus olorosas viandas expuestas hasta bien entrada la madrugada. Hubo quienes crearon una especie fama, no tan tolerante, porque se dedicaban a robar patos para hacer asopaos, al amparo de las madrugadas. Por ello, más de uno tuvo que ir a dar cuenta ante la Justicia.

Caña por doquier

Los predios cultivados de caña dominaban todo el contorno -hasta donde alcanzaba la vista- de mi natal Sabana Grande de Boyá, distante a 75 kilómetros de la capital.

Los cañaverales se divisaban desde las distintas entradas y salidas del pueblo: por el sitio conocido como “La U”, ruta hacia y desde la capital; por el área de los rieles hacia y desde Batey Verde; por los lados del cafetal de Don Berto Alcántara (ruta al batey Gonzalo); por la calle Primera de Marzo (ruta hacia Hato San Pedro y Cevicos), y el camino a la sección Cabeza de Toro, por la parte sureste.

Los terrenos cultivados de caña abarcaban decenas de miles de tareas, cubriendo la mayor parte de los predios del municipio, y que inició en el año 1948. Los predios se extienden hasta los límites de Los Haitises, una de las zonas de mayor régimen de lluvia en el país.

El dictador Rafael Leónidas Trujillo dedicó especial atención a ese magno proyecto, iniciado a finales de la década del ’40, hasta el punto que se hizo construir una casa de estancia en medio de un cañaveral, próximo a Batey Verde, asiento de la División Enriquillo, del Ingenio Río Haina. La gente en Boyá y sus alrededores siempre identificó ese inmueble como “La Casa del Jefe”, y así se le continuó llamando aún después de su ajusticiamiento, el 30 de mayo de 1961.

Los afanes por levantar la industria azucarera usando aquellos predios ocupó a cientos de hombres en todo lo que fue la dinámica de siembra, limpieza, corte, vigilancia, transporte, mecánica, cuidado de puentes y caminos, oficinas administrativas, etc.

El largo viaje al ingenio

Las locomotoras o ‘máquinas’ (como les llamábamos) retumbaban en lo más recóndito cuando se aproximaban al pueblo llevando consigo su larga hilera de vagones repletos de caña.

Millones de toneladas de rieles sobre dos enormes hileras de metal que se extendían decenas y en ocasiones hasta cientos de kilómetros por todo el contorno cultivado de caña daban forma a la vía férrea. Era la vía más expedita para transportar la caña hasta el ingenio, situado a más de noventa kilómetros, en la lejana Haina.

Día y noche, el truc truc truc que se escuchaba del rodaje de los vagones sobre los rieles y el claxon halado a todo dar, hasta retumbar varios kilómetros a la redonda, era una cotidianidad vivida por todos los habitantes de Sabana Grande de Boyá.

Eran ruidos familiares en todo el pueblo,  pero que tenían una especie de fascinación escucharlos pasada la medianoche. En las apacibles y tradicionales frías madrugadas de la zona llegaba de la lejanía el estruendo del pito de las locomotoras al aproximarse al pueblo, y para poner en aviso al vigía en la intersección de la vía férrea con la calle principal.

Los camiones marca Mack tipo catarey eran una estampa en la cotidianidad de Sabana Grande de Boyá. Están en el recuerdo los choferes ‘Sargento’ Paula con el ficha 16, el otro Paula con la 36; Cariño con la 150; Negro 88; Marimanta 62, y un largo etcétera.

En tiempos en que aún no se había construido el acueducto en el pueblo, estaba el servicio de los llamados camiones ‘pipotes’, propiedad del Ingenio Río Haina, que llevaban el agua a los frentes de las casas, donde la echaban en ‘tanques’ o envases de 55 galones. Rodrigón, el enorme ‘moreno’ chofer del ficha 50, era el principal abastecedor de ese servicio.

Hoy en día, de aquella pasada grandeza queda muy poco. Los terrenos, propiedad del Consejo Estatal del Azúcar (CEA), en una gran proporción están en manos de particulares, las vías férreas sencillamente desaparecieron y los equipos no se sabe adónde fueron a parar, en los bateyes sus escasos habitantes vegetan en medio de una espantosa miseria, muchos en el ocaso de su existencia.

Camino al ocaso

En 1986 el Ingenio Río Haina (IRH) registró una producción de 77,754 toneladas de azúcar; en 1988 la cifra fue de 67,747 toneladas, y ya para 1999 el total descendió a 15,362 toneladas, según datos que aparecen en la página web del Instituto Nacional del Azúcar (Inazúcar).

Las exportaciones de azúcar del IRH fueron en 1987 de 113,310 toneladas métricas; en 1988 bajó a 69,322; en 1989 subió a 101,889; en 1990 de 62,288, y en 1999 se desplomó hasta llegar a 15,124 toneladas métricas.

Para fines de año, a los trabajadores cañeros se les beneficiaba con el sueldo 13, además de la bonificación por el superávit que dejaban entonces los altos precios del azúcar en el exterior. A ello se agregaban los pagos por horas extras trabajadas.

Solo queda en el recuerdo el peso económico que todo eso significó para la región.

El tráfico de influencia manejado por políticos de ocasión hizo un daño terrible al manejo de la administración en las distintas divisiones que componían el otrora todopoderoso Ingenio Río Haina: Enriquillo, Hato San Pedro, Duquesa y Guanuma.

Los sindicatos que agrupaban a los trabajadores cañeros siempre tuvieron la estampa de ser “amarillistas”, es decir, de estar tendenciados por las políticas oficiales de entonces.

Los haitianos que eran contratados cada seis meses para destinarlos al corte y tiro de la caña eran concentrados en lo que en cada batey se conoce como el “Borojol”, donde vivían en condiciones deprimentes.

Los recibos o “vales” que se otorgaba a picadores de caña y carreteros tenían un valor monetario en la mayoría de los establecimientos comerciales de la zona, con todo y que los ‘pesadores’ engañaban a los infelices braceros al momento del pesaje, práctica que nunca fue corregida.

Marimanta, como muchísimos simples mortales que encontraron la razón de ser en aquellos dominios, que tuvieron sus momentos de alegría y de encontrarse consigo mismo, hoy en día no son más que leyendas de un pasado que se llegó a considerar de esplendor para el negocio de la caña en la una vez reluciente zona de cañaverales que fue Sabana Grande de Boyá.

El antes y el después

Los tiempos de zafra eran esperados con ansias por la gente en el municipio. El circulante se notaba con mayor profusión y el comercio adquiría una especie de brillo que contagiaba a los más variados sectores de la población. Los almacenes de provisiones, lo mismo que las numerosas tiendas de tejidos, a lo que se agregaban las sastrerías, daban ocupación a decenas de personas, y en ese tiempo crearon una dinámica comercial que abastecía a pequeños comerciantes en el pueblo y sus bateyes aledaños. Eso se acrecentaba en los seis meses que duraba el corte y tiro de la caña, cuando a un bracero se le pagaban dos pesos por una tonelada de caña colocada en carreta, y en ocasiones hasta menos de ahí. Pero hoy en día la situación es otra en Boyá, debido a que su economía ya no depende de la caña de azúcar.

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