Contra las bandas rapaces y asesinas de los campesinos

En 1517, el fraile católico agustino Martín Lutero (1483-1566), nacido en la actual Alemania, publicó en las puertas de la catedral…

En 1517, el fraile católico agustino Martín Lutero (1483-1566), nacido en la actual Alemania, publicó en las puertas de la catedral de Wittenberg, según la versión más socorrida, sus famosas 95 tesis contra la iglesia de Roma y la corrupción del papado en general.

El documento circuló por toda Europa con rapidez asombrosa y fue objeto de debates que abrirían las puertas a la reforma protestante, al surgimiento de nuevas iglesias cristianas y a un siglo y medio de guerras religiosas. El hombre se salva por la fe y no por las obras, decía Lutero. Otro reformador más radical, Calvino, diría más adelante que ni por la una ni por las otras. Sólo por la predestinación. Lutero recibió desde el principio el apoyo de los príncipes alemanes, que al convertirse a la reforma protestante se apoderaban de paso de las riquezas cuantiosas de la Iglesia católica.

Los depauperados campesinos alemanes vieron que en la reforma había también para ellos una oportunidad de mejoría social y entre 1524 y 1525 se organizaron en varias ligas que los príncipes llamaron bandas, y enfrentaron en desigual combate, dando origen a la sangrienta guerra de los campesinos alemanes. La revuelta popular, que los campesinos llamaron “revolución del hombre común”, fue el más grande movimiento de masas que tuvo lugar en Europa hasta la revolución francesa. En su mejor momento los campesinos negociaron un pliego de reivindicaciones que se conoce con el nombre de los “12 artículos”, y unificó ideológicamente el movimiento en base a un programa económico y religioso, pero fueron a la postre derrotados y brutalmente reprimidos y denigrados.

Contra ellos escribió Lutero uno de los documentos más aberrantes de la historia, un panfleto en el que llama, en nombre de Dios, al total exterminio de seres a los que no les reconoce ni condición humana. Llaman sobre todo la atención sus palabras, porque se suponen que son palabras de un cristiano, de un servidor de Cristo y no de un demonio como aparentan ser, de un fundamentalista que retuerce todos los principios del cristianismo y pide a los príncipes ganar la gloria degollando campesinos. Mi capacidad de asombro no disminuye aún. He aquí, a renglón seguido, los gloriosos fragmentos finales del famoso documento. PCS].

Un príncipe y señor ha de pensar en que es ministro y servidor de Dios y de su ira (Epístola a los Romanos, 13, 4), y que la espada le ha sido confiada contra tales bribones. Si ésta no castiga y no pone remedio, no cumpliendo así con su oficio, peca contra Dios en forma igualmente grave que quien mata sin que le haya sido dada tal potestad. Donde puede y no castiga, o por derramamiento de sangre, se hace culpable de todos los homicidios y de los males perpetrados por tales bribones, porque, descuidando voluntariamente el mandato de Dios, permite que esos bribones realicen sus maldades, siendo así que podría y debería impedirlo. Por ello no es éste el momento de dormir ni de emplear paciencia o misericordia: es ya el tiempo de la ira y de la espada, y no el de la gracia.

Proceda, pues, ahora, la autoridad con confianza y golpee con buena conciencia mientras pueda mover un músculo; tiene ésta en su favor que los campesinos tienen mala conciencia y persiguen una causa injusta, y cualquier campesino que, a consecuencia de esto, resulte muerto está perdido en cuerpo y alma y pertenece al diablo para siempre. La autoridad, en cambio, tiene una buena conciencia y un buen derecho de su parte y puede decirle a Dios con absoluta tranquilidad de corazón: “Ve, Dios mío, Tú me has puesto como príncipe o señor, de esto no puedo dudar; Tú me has confiado la espada contra los malhechores (Epístola a los Romanos, 13, 4). Tal es Tu palabra y debe observarse; por ello he de cumplir este oficio, so pena de perder Tu gracia.

Además es evidente que estos campesinos han merecido ante Ti y ante el mundo varias veces la muerte, y que a mí corresponde castigarlos. Ahora, si Tú quieres dejar que éstos me maten y que me sea quitada la autoridad y que yo perezca, hágase Tu voluntad, de modo que yo muera y perezca según Tu divina voluntad y palabra y sea considerado obediente a Tu mandato y a mi oficio. Por esto quiero golpear y castigar mientras pueda mover un músculo”. Así es como, juzgarás y obrarás rectamente. Puede, pues, ocurrir que cualquiera que del lado de la autoridad sea muerto se convierta en un verdadero mártir de Dios, si ha combatido con la conciencia que hemos dicho, porque procede según la palabra y la obediencia de Dios. Por el contrario, todos los que perezcan del lado de los campesinos, estarán destinados al fuego eterno, porque empuñan la espada contra la palabra y la obediencia de Dios y son criaturas del demonio.

Si los campesinos prevalecieran (Dios no lo permita), porque para Dios todo es posible y no sabemos si tal vez antes del juicio final, que no debe estar lejos, Él no quiera destruir por medio del diablo todo orden y autoridad reduciendo el mundo a un montón de ruinas, con todo, morirían seguros y perecerían en paz los que resultaren muertos en el ejercicio de su oficio de la espada, y dejarían el reino terrenal al demonio, para recibir, en cambio, el reino eterno. Los tiempos actuales son tan extraordinarios que un príncipe que derrama sangre puede ganar mejor el cielo que otro con oraciones.

Finalmente, hay una cosa todavía que ha de mover justamente a la autoridad; los campesinos no se conforman con pertenecer ellos mismos al demonio, sino que constriñen y obligan a mucha gente piadosa, que lo hace de mala gana, a ingresar en sus bandas diabólicas, haciéndoles partícipes, de este modo, de toda su iniquidad y condenación. En efecto, quien no resiste al terror de los campesinos se asocia con el diablo y es culpable de todas las fechorías que ellos cometen; sin embargo, se ven obligados a ello por la debilidad de su fe, que no les confiere fuerza para oponérseles. Un cristiano piadoso deberá sufrir cien muertes antes que aprobar, ni aun en lo más mínimo, la causa de los campesinos. ¡Cuántos mártires podría haber hoy por mano de los sanguinarios campesinos y de los profetas de la muerte! Ahora bien, la autoridad debería apiadarse de dichos prisioneros de los campesinos; y si no hubiera ninguna otra razón para apuñar tranquilamente la espada contra los campesinos, poniendo en tal empresa cuerpo y alma, ésta sería una razón harto suficiente, quiero decir la de salvar y ayudar a las almas constreñidas por los campesinos a una alianza tan diabólica e inducidas contra su voluntad, a pecar tan gravemente junto con ellos y a ser condenados; tales almas, en efecto, están ya en el purgatorio, o incluso encadenadas al infierno y al demonio.

Por esta razón, estimados señores, salvad, ayudad y tened misericordia de la pobre  gente; pero herid, degollad y estrangulad cuanto podáis; y si haciéndolo así sobreviene la muerte, mejor para vosotros, que no podrais encontrar nunca muerte más bienaventurada, porque moriréis en obediencia a la palabra y al mandato de Dios (Epístola a los Romanos, 13, 5) y en servicio de la caridad, para salvar a vuestro prójimo de las cadenas del infierno y del demonio.

Os ruego, pues, que el que pueda huya de los campesinos, como del demonio en persona. Yo ruego que Dios quiera iluminar y convertir a cuantos no huyen. Aquellos, en cambio, que no se dejen convertir, suplico a Dios que no tengan ni felicidad ni suerte. Que todo cristiano piadoso diga amén porque la oración es buena, justa y grata a Dios, esto lo sé bien. Si alguien piensa que todo esto es demasiado duro, que piense también que la sedición es cosa insoportable y que en todo momento hay que esperar la destrucción del mundo.

Martín Lutero año 1525.

Posted in Sin categoría

Más de

Más leídas de

Las Más leídas