Control de precios

A lo largo de la historia, muchos gobiernos han caído en la trampa seductora de prohibir que ciertos bienes o servicios se vendan por encima de un monto “justo”.

A lo largo de la historia, muchos gobiernos han caído en la trampa seductora de prohibir que ciertos bienes o servicios se vendan por encima de un monto “justo”.Se imponen controles de precios porque de alguna manera se asume que tenemos “el derecho a” ciertas cosas por el simple hecho de existir. Se nos dice, por ejemplo, que todos merecemos un techo ¡y qué bonito suena!

Pero la dura realidad es que no nacemos como dioses creadores de viviendas, sino como simples mortales que tienen que fajarse a construirlas. Los ingenieros sólo lo hacen si ganan lo suficiente para pagar sus costos y compensar sus esfuerzos.

Cuando un gobierno los obliga a venderlas o alquilarlas por debajo de sus intenciones, mucha gente consigue casas baratas. Ya están construidas y algo hay que hacer con ellas. Pero con el tiempo,  no aparecen nuevas viviendas porque no hay suficientes ingenieros motivados a construirlas.

Lo mismo pasa con alimentos y gasolina. Se controlan sus precios y muchos quieren comprar, pero menos gente quiere vender. Muy pronto la escasez se hace evidente en las largas filas de espera y las estanterías vacías, y en los sobornos por debajo de la mesa.

La sociedad en conjunto termina peor.

La historia está llena de ejemplos similares. Sin embargo, los gobiernos populistas insisten en esta política y en hacer creer a la gente fantasías hipócritas compradoras de votos: que por el simple hecho de “tener derecho a”,  viviendas y alimentos deben aparecer como por arte de magia. Y que si los precios son altos es porque detrás de los mismos hay alguien enriqueciéndose más de la cuenta.

¡Cuánta retórica barata!

La realidad que no se explica es que cuando vendedores y compradores interactúan libremente, el precio al que llegan es el más justo posible: aquél que permite que bienes y servicios aparezcan para los consumidores dispuestos a pagar lo que cuestan. Y que cuando ese precio es demasiado alto, controlarlo a la fuerza es tan absurdo como pretender convertirnos en dioses de la noche a la mañana. Simplemente no se puede.

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