El corazón de Edmundo de Amicis (y 2)

Edmundo de Amicis fue hombre de armas y hombre de letras, hombre de pluma y espada. Su acentuada vocación militar corría pareja con sus inquietudes literarias y políticas. Como militar de carrera participó en las guerras que culminaron en 1871…

Edmundo de Amicis fue hombre de armas y hombre de letras, hombre de pluma y espada. Su acentuada vocación militar corría pareja con sus inquietudes literarias y políticas. Como militar de carrera participó en las guerras que culminaron en 1871 con la total unificación de Italia, el glorioso Risorgimento italiano. Fue escritor de libros de viajes, novelas, artículos de opinión para el periódico del Partido Socialista, del cual era miembro, fue escritor moralista de mucho éxito, nominado al premio Nobel, admirado por Charles de Gaulle. Posiblemente un verdadero patriota.

“Corazón”, el libro que le dio fama, escrito en 1886, compendia en forma de diario sus ideales éticos, pedagógicos, los lineamientos de todo lo necesario para la formación de un buen niño o más bien un niño perfecto, dotado de las mejores virtudes: bondad, gratitud, nobleza, amor, compasión, compañerismo, caridad, respeto, obediencia, laboriosidad, vocación de servicio, sumisión a la autoridad, patriotismo, vocación de sacrificio… Alguien dispuesto, en cualquier momento, a morir en guerra por la palabra patria.

“Este libro es la compilación de historias patrióticas y heroicas de niños de entre 10 y 14 años”.

“Es un libro pensado para conmover, con fuertes imágenes de sacrificio (sobre todo en los relatos mensuales) y en donde se destacan los valores familiares, humanos y espirituales, y el patriotismo”.

En este manual del buen niño o del niño perfecto no se enseña a pensar, a dudar, a formar seres dotados de conciencia crítica, capaces de cuestionar, poner en duda conocimientos, valores establecidos e intereses creados. El sistema, cualquier sistema, prefiere producir en serie seres robóticos.

“Corazón” es el diario de un niño italiano, llamado Enrique, que describe sus vivencias como estudiante de una escuela pública en Turín. Sus padres son bondadosamente sicorrígidos y lo acosan continuamente con pesadas lecciones de moral y cívica, le escriben notas y cartas en las que le inculcan un profundo sentimiento de culpa y de pecado.

Nadie lleva uniforme en la escuela y las diferencias de clase se evidencian en la vestimenta y en la educación, naturalmente. De acuerdo a su condición social los estudiantes son tratados de tú o de usted y en general los alumnos pobres son más malos que los pudientes, especialmente Franti, que es el peor de todos. Una de las mejores y más reveladoras páginas del diario es precisamente aquella en la que Enrique pasa revista a sus compañeros de curso.

MIS COMPAÑEROS
Martes, 25
El muchacho que envió el sello al calabrés es, de todos, el que más me agrada. Se llama Garrone, y es el mayor de la clase, tiene cerca de catorce años, es bueno, se nota sobre todo cuando sonríe, y parece que piensa siempre como un hombre.

Ahora ya conozco a muchos de mis compañeros. Otro me gusta también; se apellida Coretti y usa un chaleco de punto color de chocolate y gorra de piel. Siempre está contento. Es hijo de un empleado de ferrocarril que fue soldado durante la guerra de 1866, en la división del príncipe Humberto, y que dicen que tiene tres cruces.

El pequeño Nelli es un pobre jorobadito, gracioso, de rostro delgado y descolorido.

Hay uno muy bien vestido que se está siempre quitando las motas de la ropa, y se llama Votini.

En el banco que está delante del mío, hay otro muchacho a quien llaman el “albañilito”, porque su padre es albañil; su cara es redonda como una manzana, y su nariz es roma. Tiene una gran habilidad para poner hocico de liebre; todos le piden que lo haga, y se ríen; lleva un sombrerillo viejo, que enrolla y guarda en el bolsillo como un pañuelo.

Al lado del “albañilito” está Garoffi, un tipo alto y grueso, con la nariz de pico de loro y los ojos muy pequeños, que anda siempre vendiendo plumas, estampas y cajas de fósforos, y anota la lección en las uñas para leerla a hurtadillas.

Hay luego un señorito, Carlos Nobis, que parece algo presumido y se halla entre dos muchachos que me son simpáticos: el hijo de un forjador de hierro, enfundado en una chaqueta que le llega hasta las rodillas, con palidez de enfermo y que parece siempre asustado; no se ríe jamás; y otro pelirrojo que tiene un brazo inmóvil y lo lleva pegado al cuerpo; su padre está en América y su madre vende hortalizas.

Es también un tipo curioso mi compañero de la izquierda, Stardi. Éste, pequeño y tosco, sin cuello, gruñón, no habla con nadie, y creo que entiende poco; pero no aparta los ojos del maestro, a quien mira sin pestañear, con el entrecejo fruncido y los dientes apretados; si le preguntan algo cuando el maestro habla, la primera y la segunda vez no responde, y a la tercera da un cachete. Tiene a su lado a uno de cara adusta y sucia, que se llama Franti, y que fue expulsado ya de otra escuela.

Hay también dos hermanos, con vestidos iguales, que parecen gemelos y que llevan sombreros calabreses con plumas de faisán.

El mejor alumno (“el más bello de todos” dice en el texto original, pcs), el que tiene más talento y el que también será este año el primero, con seguridad, es Derossi; y el maestro, que ya lo ha comprendido así, le pregunta siempre. Yo, sin embargo, quiero más a Precossi, el hijo del herrero, el de la chaqueta larga, que parece enfermo. Dicen que su padre le pega. Es muy tímido, y cada vez que pregunta o toca a alguien, dice: “Dispense”. Mira siempre con ojos tristes y bondadosos. Pero Garrone es el más grande y el mejor de todos.

Nota: “El llamado Franti fue objeto, en los años sesenta, de una clamorosa rehabilitación por parte de Umberto Eco en un escrito de su “Diario mínimo” titulado “Elogio de Franti”. Este elogio representaba no sólo la rehabilitación de un personaje literario, sino también la urticante, irónica y sacrílega interpretación en conjunto del famoso libro”.

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