Cuando hablamos de democracia entendemos que es una forma de organización política. Sin embargo, quiero utilizar el término “Democracia” como forma de convivencia y organización social en el ámbito familiar.
En una democracia, cada persona debe comportarse con responsabilidad. Si queremos adultos responsables, tenemos que educar desde la infancia, desde el hogar. Necesitamos hijos responsables para tener ciudadanos responsables. El sistema de corrección de nuestros antepasados, un sistema autocrático basado en el premio y el castigo, dejó de ser eficaz en nuestro tiempo.
Necesitamos crear nuevos modelos de las relaciones entre padres e hijos.
El trabajo con las familias deberá estar encaminado a formar ciudadanos responsables a través de los buenos tratos. Es decir, escuchar a los hijos, respetar sus opiniones, comprender sus emociones, establecer límites claros según la etapa de desarrollo de los niños, límites justos, basados en el respeto hacia la persona del niño. Jerarquías claras y explícitas. El maltrato hacia los niños, es decir, gritos y pelas, trae consecuencias en el desarrollo neurológico, emocional e intelectual. Todas las familias enfrentan situaciones que afectan el funcionamiento de la misma. Lo que diferencia una familia emocionalmente sana, no es la falta de dificultades, sino la capacidad para superarlas y resolverlas. Esto se logra a través del buen trato, y los niños lo aprenden.
Desde el nacimiento nos vinculamos y establecemos afectos fundamentales, que determinan nuestro comportamiento, que luego se reflejará en el desenvolvimiento del adulto responsable y con conciencia ciudadana.
Cuando un niño crece en un ambiente hostil, que no proporciona nutrición afectiva, pueden anularse las habilidades y capacidades para vincularse y construir relaciones positivas. El niño que recibe buen trato desde la infancia podrá ser un individuo democrático con habilidades sociales y capacidad para enfrentar situaciones difíciles en forma exitosa.
