Desperdiciando en obras

Cuando un familiar cercano gasta más de la cuenta, solemos acercarnos e invitarlo a la prudencia. Sin embargo, no exigimos esa responsabilidad cuando el Estado gasta en cosas inútiles. Nos cuesta identificar que cuando lo hace, es en nuestro bolsillo&#8

Cuando un familiar cercano gasta más de la cuenta, solemos acercarnos e invitarlo a la prudencia. Sin embargo, no exigimos esa responsabilidad cuando el Estado gasta en cosas inútiles. Nos cuesta identificar que cuando lo hace, es en nuestro bolsillo que mete la mano.

Se nos ha convencido de que el Estado gasta por el bien de la comunidad. Como esto nos emociona, le buscamos las circunstancias atenuantes cuando desperdicia recursos. Entonces el Estado se aprovecha y desperdicia. Porque nadie lo castiga. Esto es particularmente así en el caso de la construcción de infraestructuras. Les hemos dado el permiso a los gobiernos de hacer y deshacer a cambio de inauguraciones. Y decimos: “esas obras no son desperdicio; dan empleo a mucha gente, mueven la economía y ahí nos quedan”. Creemos que por el hecho de ser “tangibles”, son símbolos de prosperidad.

En España, por ejemplo, es insólito lo que ha ocurrido en este sentido. Se construyeron más kilómetros de líneas de alta velocidad que en Japón y Alemania, cincuenta aeropuertos con costos enormes (solo ocho operan sin déficit), el segundo puente más alto de Europa (en una comunidad de apenas 90,000 habitantes), pabellones de deportes a todo dar en pueblos perdidos, y fuentes y estatuas gigantescas por doquier. ¡Así les va!

Siguiendo su ejemplo, en República Dominicana se construyen carreteras sin vehículos (por una de ellas se paga un subsidio mayor que lo que costó su construcción), hospitales sin medicinas, escuelas sin maestros competentes, y zoobertos espantosos. (“Algún día se les dará un uso productivo. Total…no se irán a ninguna parte”)

El problema es que todo esto cuesta y seguirá costando. Y al dedicarnos a este tipo de gastos, renunciamos a inversiones reales y productivas. Porque no es lo mismo gastar millones en obras innecesarias, que en proyectos que generen riqueza y devuelvan el capital invertido. Como tampoco es lo mismo gastar en investigación real que en instituciones que, con el pretexto de investigar, sirven para emplear burócratas improductivos.

Todo este desperdicio nos esclaviza y nos hunde. Porque terminaremos pagándolo nosotros.¡Nadie más!

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