Discriminar es ser inferior

Me provoca discriminar a quien discrimina, pero caería en su malvado juego. Pero me atrevo a asegurar que quien osare conjugar de corazón ese verbo en primera persona, es un ser inferior.

Me provoca discriminar a quien discrimina, pero caería en su malvado juego. Pero me atrevo a asegurar que quien osare conjugar de corazón ese verbo en primera persona, es un ser inferior. Confieso que me causaron náuseas las palabras del pobre de espíritu Donald Trump, al referirse a los mejicanos, acusándolos de llevar drogas, ser criminales y violadores. Y más porque provienen de un multimillonario en dólares muy famoso y la vez precandidato presidencial por el Partido Republicano en los Estados Unidos de América.

Es humillante que nos traten como seres inferiores. Recuerdo que hace años, en el estado de Oregón, Estados Unidos, abordé un autobús en compañía de un amigo mexicano. Como es natural, conversamos en español.

A nuestro lado había una jovencita rubia y con ojos azules, que al vernos y escucharnos intentó mudarse a otro sitio, pero no había asientos disponibles.

Como se vio obligada a mantenerse en su lugar, inmediatamente se tapó la nariz, y así se mantuvo durante todo el trayecto. Mi amigo guardó silencio.

Yo no entendía bien lo que sucedía con la chica. El azteca y el quisqueyano andaban vestidos decentemente y limpios, además de que tenían buenos modales. Y yo pensé: ¿tal vez ella estaría enferma de gripe? ¿O quizás sentía ella olores imperceptibles para el olfato latino?

Cuando llegamos a nuestro destino, mi compañero estaba incómodo. Yo seguía en “Belén con los Pastores”, dispuesto a olvidar lo que creía un insignificante episodio en mi vida. El mexicano me expresó: “Pedro, parece que no percibiste lo que hizo la joven sentada a nuestro lado”. Le contesté que no, pero que su conducta no era normal, pero que eso era irrelevante, quizás una actitud propia de su generación. Me respondió: “no, Pedro, escucha, esa joven se tapaba la nariz porque tú y yo le hedíamos, pues somos extranjeros, esto ya me ha sucedido”.

La sangre hirvió por mis venas. Me invadió el deseo de seguir a la criatura y decirle “tres cositas”. Esa noche no dormí, pensando en nuestros hermanos discriminados. Esa experiencia logró que respetara más a mis semejantes nacidos en otras tierras.

Y aprovecho para alertar a algunos compatriotas que están tomando la ley en sus manos en los casos de deportaciones de haitianos. Deben ser castigados. Ya existen vídeos en el mundo donde aparecen esos abusos. Todo debe hacerse dentro de la ley y respetando la dignidad humana. Confiemos en nuestras autoridades, que saben lo que tienen que hacer.

Condenemos a quienes clasifican y etiquetan a los hombres y mujeres basándose en diferencias accidentales. Y es que hay una sola raza: la humana; y es que existe un solo Padre: Dios.

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