El dominicano y su basura (1)

La cultura dominicana del diario vivir, incluye el peculiar manejo folklórico que el criollo da a los desperdicios y basuras, sin importar de qué tipo se trate. El tema “manejo de desechos” se enfrenta a la costumbre ancestral de “jondéalo…

La cultura dominicana del diario vivir, incluye el peculiar manejo folklórico que el criollo da a los desperdicios y basuras, sin importar de qué tipo se trate. El tema “manejo de desechos” se enfrenta a la costumbre ancestral de “jondéalo a la cañá, que dende que llueva, se va”. Cuando se trata de vías de agua de correntía, ríos o arroyos: “lárgalo al agua, que el río se lo lleva” y en las zonas costeras: “échalo al mar que la corriente lo bota lejo”. Claro reflejo de una concepción popular en lo que a basura se refiere, en vía contraria a los principios fundamentales del conservadurismo y el manejo ecológico, aparejado con nuestras costumbres como pueblo, pero más que nada, vector importante para plagas y enfermedades. Mientras más populoso el barrio, más crítico se torna el problema basura, obligando a ayuntamientos con presupuestos comprometidos, a concentrarse en el manejo de desechos, mientras crecen exponencialmente vertederos en el medio de la propia población, con proyecciones a constituir un problema mayúsculo de riegos a la salud pública. Donde hay basura, hay ratones y donde este roedor se desenvuelve, existe leptospirosis, dolencia que no detectada a tiempo es mortal y que llega al humano en orines y excreta de este animal. Nuestra filosofía de vida parece indicar actitudes de “sacar” la basura, pero que el otro se ocupe, que desaparezca por encanto y que aunque se produzca en mi casa, que le “jieda” al vecino. Los ríos Ozama, Isabela y el Haina en Santo Domingo, al margen de los límites geográficos municipales; en Santiago, el Yaque, que el bardo denominó “dormilón”; el río Pantuflas, en Constanza, por citar unos pocos ejemplos de ríos afectados por la actividad humana, son verdaderas letrinas con nombre, como consecuencia del accionar equivocado de unos y permisividad cómplice de otros. La flora y fauna de esas vías de agua refleja la depredación bárbara a que han sido sometidos, convirtiéndose en vías muertas.     

No hay conciencia social del riesgo que para la salud significa, esta conducta colectiva que se manifiesta en diferentes grados, dependiendo del nivel social y cultural, pero siempre presente. Baste, como ejemplo, sin importar la clase social y nivel educativo, para que observemos que cualquier reunión medianamente numerosa, de jóvenes o mayores, queda como un campo de batalla tras la acción bélica. Con los llamados “drinks” en actividad de cada día, puede observarse al amanecer siguiente, el fenómeno de desperdicios regados por doquier, como clara manifestación de pretender ser limpios de manera personal,  y asquerosos de forma colectiva. Un antiguo anuncio de TV, en una campaña de concientización de la empresa telefónica que lo auspiciaba, y ante un sujeto que lanzaba desperdicios desde un vehículo en marcha, expresaba: “tenía que ser un puerco”, mientras mostraba la imagen de un cerdo como conductor. l

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