El dominó de la vida

Como soy un pésimo jugador de dominó, le gano con cierta frecuencia a los buenos jugadores, no así a los malos o mediocres.

Como soy un pésimo jugador de dominó, le gano con cierta frecuencia a los buenos jugadores, no así a los malos o mediocres.La verdad, nunca le había puesto caso a esa extrañeza, aunque me causaba gracia observar el pique contenido de mis adversarios, que pensaban muy adentro: ¡Caramba, cómo me dejé vencer de ese idiota (de mí)! Pero un día, de esos en que no aparecen Silvio, Aute o Serrat, me antojé de buscar las razones de mi “éxito”. Consulté con un amigo experto en ese agradable entretenimiento, y me dijo que yo con mis incoherentes jugadas desconcentraba a mis oponentes (y a mi frente también, y hasta al anotador de los puntos), que los sacaba de quicio, que no les permitía analizar ni prever nada, y me remató afirmando que jugar conmigo era una odisea, pues yo era impredecible, en el peor sentido de la palabra.

Este argumento me asombró, pues recientemente me había ocurrido algo parecido en una audiencia (soy abogado: nadie es perfecto), cuando un colega soltó un disparate tan grande que enmudecí al principio, me turbé luego, y después me enredé cuando le argumentaba al juez, a pesar de que, modestia aparte, dominaba la materia. “Es preferible luchar contra alguien sensato que contra un ignorante”, expresé entre dientes.

Por desgracia, probablemente así piensen de mí los que juegan dominó conmigo, por más respeto y aprecio que me tengan, que en el dominó parece que esos sentimientos no cuentan. Por ello me pregunto, y sin ánimo de filosofar: ¿sucederá igual en la vida? ¿Por qué nos perdemos en el laberinto cuando enfrentamos a alguien que no sabe cuál es su rol? ¿Qué hacer con las personas o hechos que nos trastornan por su atipicidad?

Y mis cuestionamientos tienen fácil respuesta después de suceder el hecho, pues ya tenemos la oportunidad de organizar nuestras ideas (al finalizar la audiencia tenía varios argumentos que hubiesen hecho trizas al abogado contrario). Lo complicado radica en conocer qué haríamos inmediatamente nos encontramos con lo absurdo, en el acto, improvisando para lidiar contra una miopía mental o contra una interpretación ilógica.

La solución es estar constantemente alerta, preparado para combatir una genialidad o una estupidez. No nos impresionemos con la estatura de nadie, pero tampoco minimicemos a nadie, que el talento y la torpeza aparecen en cualquier rincón y hay que tener igual astucia para derrotarlos; eso sí, en la batalla nosotros debemos mantener eternamente la dignidad y comportarnos de tal manera que nuestros actos estén acordes con la moral universal.

Y si usted desea probar el contenido de este artículo, réteme a jugar dominó, siempre y cuando usted sea un excelente jugador.

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