Ecos de Arnaiz (2 de 2)

Mis palabras en el acto de presentación del libro ‘San Ignacio de Loyola: Maestro de la vida en el espíritu’, de monseñor Francisco José Arnaiz, S. J.íñigo constituye la Compañía de Jesús como quien funda un ejército. En…

Mis palabras en el acto de presentación del libro ‘San Ignacio de Loyola: Maestro de la vida en el espíritu’, de monseñor Francisco José Arnaiz, S. J.

íñigo constituye la Compañía de Jesús como quien funda un ejército. En el libro de las ‘Constituciones’, San Ignacio define el carácter profundo de la institución. Exige él a “los que desean ser jesuitas el mayor caudal posible de dones naturales, recalcando, sin embargo, que éstos nunca podrán suplir los espirituales y sobrenaturales”. Dice Arnaiz, al referirse a las ‘Constituciones’: “Los que son admitidos para el sacerdocio deberán tener buena cabeza para los estudios, discreción en su conducta, buen juicio, gracia en la conversación, calma, constancia, espíritu de empresa y valor, amor a la virtud y celo por la salvación del prójimo” […] “No deberán ser admitidos los ariscos, los intrigantes, los pusilánimes, los devotos indiscretos, los tontos, los faltos de carácter y los tercos”. Es fama que Lenin admiró el estricto ordenamiento impuesto a la Compañía de Jesús en estas ‘Constituciones’ de San Ignacio.

Ahora reconozcamos que el libro de monseñor Arnaiz es una obra de amor. El texto se mueve rigurosamente por la vida y la obra del santo de Loyola. Están en la primera parte del libro los detalles de la biografía, los antecedentes, los pretextos, las razones íntimas, la historia recóndita del autor de los ‘Ejercicios Espirituales’. La segunda parte, en cambio, es de un acento teológico riguroso. La sencilla enumeración de los capítulos basta para palpar el denso tratamiento doctrinal: “Buscar la voluntad de Dios”, “Hallar la voluntad de Dios”, “Cinco reglas de oro”, “Proceso en la oración”, “Oración afectiva y contemplativa”, “Dos métodos”, “Discreción de espíritus”, “El pecado”, “Cómo meditar la vida de Cristo”, “El Reino en la Sagrada Escritura”, “El llamamiento del Rey Eternal”, “Contemplación de la Pasión de Cristo”, “La Resurrección”, “Contemplación para alcanzar amor”, “Espíritu Santo”, “Optimismo ontológico”, y “El trabajo para San Ignacio”. 

Monseñor Arnaiz es un maestro en la práctica de los Ejercicios Espirituales. Su tesis del doctorado en Teología Espiritual en la Universidad Gregoriana de Roma fue ‘La psicología de Adler y los Ejercicios Espirituales de San Ignacio’. En 1959 es el Director de la Casa de Ejercicios Espirituales de La Habana. Dice Arnaiz: “Sólo dos años me dediqué exclusivamente a mi sueño, como Director de la Casa de Ejercicios de San Ignacio en La Habana”. Agrega él: “Más que por convicción, por nostalgia no me quiero ir al hogar del Padre sin dejar a los que me rodean algún fruto de mis largos años de estudio sobre los Ejercicios y sobre la figura de San Ignacio, amor y pasión que me ha acompañado toda la vida”.
Acaso no exista mejor definición de los Ejercicios Espirituales que la del propio Ignacio: “Así como el pasear, caminar y correr son exercicios corporales, por la mesma manera todo modo de preparar y disponer el alma, para quitar de sí todas las afecciones desordenadas, y después de quitadas para buscar y hallar la voluntad divina en la  disposición de su vida para la salud del ánima, se llaman exercicios spirituales”.
 
Los Ejercicios de San Ignacio constituyen una mezcla de Teología y Psicología; una alianza, a partes iguales, entre rigurosa doctrina bíblica y profundo conocimiento del alma humana. La finalidad de los Ejercicios es clara: provocar el ascenso, la exaltación, la ascesis, la comunión del alma con el designio divino. Pero, a causa de los Ejercicios, San Ignacio había pasado ya dos veces por la cárcel, en Alcalá y en Salamanca, víctima de las sospechas de la Inquisición que, en tiempos de la Reforma Protestante, miraba con desconfianza los nuevos movimientos espirituales.

La respuesta del Papa llegó el 31 de julio de 1548:  “Habiendo examinado dichos Ejercicios y oído también testimonios y relaciones favorables […], hemos comprobado que dichos Ejercicios están llenos de piedad y santidad, y son y serán muy útiles para el progreso espiritual de los fieles. Además, no podemos por menos de reconocer que Ignacio y la Compañía por él fundada van recogiendo frutos abundantes de bien en toda la Iglesia; y de ello mucho mérito hay que atribuir a los Ejercicios Espirituales. Por ello […] exhortamos a los fieles de ambos sexos, en todos las partes del mundo, a que se valgan de los beneficios de estos Ejercicios y se dejen plasmar por ellos”. A esta primera aprobación solemne de Paulo III siguieron otras a través de los siglos.
El desarrollo de los Ejercicios obedece a una lógica asombrosamente eficaz. La primera etapa es la “Deformata reformare”, esto es, eliminar el alma. La segunda es “Reformata conformare”, donde se nos invita a revestirnos de Cristo y a armarnos con su armadura. La tercera jornada es “Conformata confirmare”, esto es, consolidar los propósitos de adhesión a Cristo mediante la contemplación de aquél que fue obediente hacia su muerte en la cruz. La cuarta fase es “Confirmata transformare”: “Quien pierde la propia vida por mí, la encontrará”,  dice Jesús en el Evangelio. Y la vida del Resucitado es la esperanza de quien hace los Ejercicios en esta etapa final. Como conclusión de los Ejercicios, San  Ignacio  propone una  majestuosa contemplación para alcanzar el Amor puro de Dios, llamada “Contemplatio ad amorem”, en la que el pensamiento se vuelve a la Creación y a la Redención para descubrir el amor divino.

Como San Ignacio de Loyola, monseñor Francisco José Arnaiz es vasco. Igual que aquel Íñigo López de Recalde que luchó en el castillo de Pamplona, el Padre Arnaiz es un soldado participante, aguerrido, valeroso. Como el entrañable Ignacio de Monserrat, nuestro admirado y estupendo Pepe Arnaiz ha escogido el camino de Dios y ha renunciado al camino del mundo.

Dijo Jorge Luis Borges: “Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo; hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos”.

El libro de monseñor Arnaiz que tenemos el honor de presentarles esta noche, ‘San Ignacio de Loyola: Maestro de la vida en el espíritu’, es una obra dirigida a encontrar lectores numerosos y fervientes, leedores que encontrarán en la vida del santo de Loyola razones de íntima satisfacción y regocijo.

Y esta característica del libro, distinguidos amigos, basta y sobra para permitirme hacer ante ustedes la introducción formal, o acaso preferible: la salutación festiva y jubilosa que toda buena obra se merece.

(14 de noviembre del 2001; Auditorio del Recinto Santo Tomás de Aquino, Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra; Santo Domingo, República Dominicana).

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