Estrallón en la bici

Luego subirse a un contén donde la bicicleta pasaba de la calle a la acera de manera fluída como un tobogán, después…

Luego subirse a un contén donde la bicicleta pasaba de la calle a la acera de manera fluída como un tobogán, después viene un policía acostado donde uno daba un brinco, y la combinación de esas cosas daba un circuito que uno hacía una y otra vez hasta que se hiciera de noche. Eso era más entretenido que un perro atrapando sobras de pica pollo de un grupo de obreros. Una de esas rutas para nosotros era en Gazcue, sobre todo los domingos pues había poco tránsito. Ya veníamos cogiendo velocidad desde la Caonabo, bajábamos a la Bolívar y doblábamos, luego bajábamos a la Santiago, y al final andábamos a cuchucientos por hora (por cuchucientos entiéndase “a ´to”). Finalmente tomábamos la Santiago a una velocidad aterradora para cualquier padre con un solo dedo de frente, ni siquiera hacían falta dos. Después de doblar volvíamos a subir hasta la Caonabo, donde comenzábamos de nuevo.

Me colocaba como un motorista profesional. Las rodillas casi rozando el piso al doblar, los ojos achinados y la cabeza agachada. Lo había hecho como 50 veces, era la cosa más divertida del mundo. Mi mamá me decía “un día de estos te vas a caer haciendo eso, y si te caes, voy a esperar que te recuperes de la caída y después te voy a majar”.

Todo salía bien, no tenía de que preocuparme, todo estaba comprobado. La bajada, la velocidad, el ángulo en el que doblaba, todo estaba perfecto, pero hubo un domingo que me topé con un elemento que cambió la perfección de la ruta. Unos dos días antes un cambión se había dañado en la esquina donde doblábamos en la Santiago, justo donde la velocidad alcanzaba su punto máximo. El mecánico lo reparó ahí mismo, el camión se fue, y nos dejó de regalo un lago de aceite y grasa para todos los indefensos ciclistas menores de edad.

Era verano y el calor hace que mi cuerpo pida velocidad. Se la estoy dando con mucho gusto. Comienza el circuito y la bajada comienza a darme velocidad. Viene Bolívar. Ya voy rápido. Pedaleo mucho y doblo hacia la Santiago. Momento cumbre. Agacho la cabeza y pego las rodillas a la bicicleta. Viene la Santiago. Me preparo a doblar esa esquina que hasta le hubiera dado envidia a Evil Cannibal. La esquina se está acercando y veo a lo lejos algo diferente. Antes de pensar en nada ya veo que eso es una mancha negra, pero a la velocidad que iba lo único que pude pensar fue “ojalá y en vez de grasa sea pegamento”.

Cuando pasé por encima de la mancha negra sentí como la bicicleta se me despegó de las manos y los pies, yo crucé la calle completa sin tocar el asfalto, y lo único que me detuvo de llegar a la pared del frente, fue un puesto de aguacate que había en la acera. No hubo un aguacate que quedara vivo y yo parecía una estatua de guacamole. Le tuve que dejar la bicicleta al dueño de los aguacates como pago por los daños ocurridos, total, como quedó esa bicicleta después de haber chocado con el contén a esa velocidad, creo que se pagaban no más de 5 aguacates con ella. Me fui a mi casa en esas condiciones, caminando como podía, y si no es porque me dolía todo el cuerpo, hubiera matado a 3 jóvenes que estaban sentados en un colmado y me gritaron: “Tómenle una foto, apareció Hulk”. No se si a mi madre le dio pena o si no quería ensuciarse de aguacate, pero lo único bueno fue que no recibí pela. Lo que si recibí fue el clásico: “tu ves, te lo dije”.

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