¡Honor a los inmortarles del ajedrez!

Hoy rindo tributo a los inmortales del ajedrez dominicano, esa brillante estirpe que murió el 15 de noviembre de 1992, en un accidente aéreo…

Hoy rindo tributo a los inmortales del ajedrez dominicano, esa brillante estirpe que murió el 15 de noviembre de 1992, en un accidente aéreo en la Loma Isabel de Torres, Puerto Plata, mientras se dirigía a Cuba. Hace ya 20 años de esa tragedia que enlutó al deporte nacional.

El ingeniero Rafael Damirón, expresidente de la Federación Dominicana de Ajedrez, y un símbolo del olimpismo, en su libro Hablemos de Ajedrez, nos expresa: “…no pudimos evitar el recuerdo de las crudas imágenes vividas en su compañía (la del licenciado Fabio Sánchez, otra gloria del ajedrez) durante las operaciones de rescate en la cumbre de la loma, y recordar también cómo en medio del dolor y el silencio se apoderó de nosotros la cólera y la desilusión”.

José Manuel Domínguez y un servidor viajaríamos en ese avión, invitados por la estrella de Juan José Matos Rivera (Pachón), José Manuel, como ajedrecista de talento extraordinario, y yo como presidente de la Asociación de Ajedrez de Santiago. Por razones de comunicación no pudimos ir.

Ese día fatídico los peones lloraron golpeando sus plebeyas figuras contra el verdoso tablero de un ajedrez espantado por su reciente apariencia tétrica, incendiaria y pasmosa. Y los caballos brincaron como locos y se estrellaron contra un muro de fuego cual suicidas desesperados por amores perdidos en la eternidad. Los alfiles, con sus diagonales aturdidas, maldijeron sin cesar a la montaña asesina y se lanzaron al vacío dejado en las 64 casillas, para allí morir en profunda meditación, porque también decidieron matar la vida. Y la torre se olvidó de sus firmes columnas y sólo anheló desplomarse y perderse en el infinito. ¡Oh gambitos perfumados! La torre ya no quiso ser piedra, sino espuma celestial.

Y la reina, desde siempre hermosa, sufrió radicales transformaciones estéticas que la obligaron a refugiarse en cuevas tenebrosas para esconderse de quienes, durante siglos de colores, la contemplaban como el ser más sublime de la naturaleza. La reina agonizó en su oscuridad, y su pesar y su dolor se expandieron con fuerza de huracán, arruinando los pensamientos calculados de los amantes quijotescos del juego-ciencia. Y el rey, atrapado en un jaque mortal, no tuvo escapatoria. No tuvo más remedio que rendirse con orgullo ante la cruda realidad del ave metálica que destruyó a sus súbditos humanos.

Con la tragedia únicamente triunfó Dios, quien, junto a ángeles y arcángeles, desde entonces disfruta en su noble morada de la compañía y del talento de los ajedrecistas que no lograron alcanzar la tierra de Martí. Honor eterno a nuestros inmortales: Juan José Matos Rivera (Pachón), Marcelino De La Rosa, Manolo Marte, Héctor Ogando, César González y Adelquis Remón (cubano).

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