Inmigración haitiana encuentra camino abierto

Puerto Príncipe, Haití. El autobús se detiene en el chequeo fronterizo de Mal Paso, provincia Independencia. Veintiocho ciudadanos haitianos y siete dominicanos bajan a registrarse en las improvisadas oficinas de Migración y Ad

Puerto Príncipe, Haití. El autobús se detiene en el chequeo fronterizo de Mal Paso, provincia Independencia. Veintiocho ciudadanos haitianos y siete dominicanos bajan a registrarse en las improvisadas oficinas de Migración y Aduanas (las originales se las tragó el lago Azuei). Salen con sus pasaportes en mano, y de inmediato tres inspectores de Migración comienzan a verificar  que nadie quede en el vehículo que partió de la ciudad haitiana de Petionville a las 8:00 de la mañana.

A la 1:00 de la tarde, hora dominicana, todos los viajeros están de nuevo en sus asientos, sin problemas de papeleo. Según se observa, el grupo de haitianos forma parte de lo que el investigador Rubén Silié denominó, en el 2002,  la Nueva Inmigración Haitiana: trabajadores y trabajadoras de la construcción, las obras públicas, el comercio ambulante, el servicio doméstico, el transporte, el turismo y la agricultura, que se mueven entre República Dominicana y Haití con la frecuencia que  permitan los  recursos conseguidos en un mercado de trabajo informal.

Tres minutos después de salir de Mal Paso, los viajeros atraviesan Jimaní, en cuyo parque central trabajadores dominicanos critican los controles migratorios.

Mario Cuevas asegura que cientos de haitianos se mueven sin dificultad por viejos caminos ubicados entre las lomas fronterizas. Otros, dice, ingresan al territorio nacional con mayor comodidad si pagan un soborno a los militares del Cuerpo Especializado de Seguridad Fronteriza (Cesfront).  “Pasan por la loma y por dondequiera, hasta por el lago se meten. Los cefrones (miembros del Cesfront) están de sobra”, agrega Cuevas, empleado público.

A su lado, Kennedy Mancebo y Olga Castaños lo respaldan. La conversación se atiza cuando una procesión fúnebre pasa frente al parque, cantando y rezando en creole. El difunto residía en el barrio La Q, donde se instaló una comunidad haitiana. “En Jimaní viven más haitianos que dominicanos”, sentencia Mancebo mientras  mira la procesión.

Puestos de chequeo

El autobús que trae al grupo de haitianos y dominicanos no se detiene en el camino, funciona como un vuelo de escala internacional. Por eso el conductor no hace caso a los puestos de chequeo de la carretera, como sí lo hacen las guaguas “voladoras” que transportan pasajeros desde la frontera.

Los guardias deben evitar el tráfico irregular de personas, armas, drogas y  mercancías prohibidas en el país. Pero residentes de Cabral, La Lista, El Limón y otras comunidades de la zona aseguran que los agentes renuncian a la tarea de supervisión a cambio de una remuneración en efectivo. Esta es una de las razones, dice Antonio Terrero Rubio, habitante de La Lista, por las que el Estado dominicano no puede conocer con precisión la cantidad de los inmigrantes.

Considera que “los guardias vienen de muy lejos a atender esos chequeos, pero les pagan poco para hacer un trabajo tan importante”.

Como el autobús de esta historia no ha sido víctima de macuteo ni de pago de “peaje” en ningún punto de vigilancia,  sigue su curso por el Sur. Desde la ventana se ven  tierras semiáridas convertidas en verdes platanales.

En el kilómetro 15 de la carretera de Azua se ve el letrero que anuncia la cercanía de San Juan, el valle donde el 93% de los jornaleros agropecuarios son de nacionalidad haitiana, según el  Ministerio de Agricultura. Las autoridades explican que los inmigrantes llegan al  Granero del Sur abriéndose paso entre montes de espinas.  Quizás nunca se han montado en un vehículo confortable, como el que se dirige a Santo Domingo con 28 de sus conciudadanos.

En las fincas de Azua,  Peravia y San Cristóbal la situación es similar. En la capital los haitianos no son los protagonistas del cultivo de la tierra, y es porque aquí, adonde el autobús  llega después de ocho horas de viaje, los alimentos sólo se consumen.

INVOLUCRADOS EN LA ACTIVIDAD

Mario Cuevas
Residente de Jimaní
“Las autoridades se venden, cogen los cheles y tienen una pasadera de droga y de gente por donde quiera. Son grupos de domínico-haitianos con  haitianos. Trabajan junto con los mismos guardias del Cesfront”.

Olmo Swam
Pescador haitiano de boca de cachón
“Llevo mucho trabajando pesca. Tengo un patrón que es dueño de la malla. Compartimos lo que se consigue, y lo vendo en Jimaní. Si uno no halla otra cosa que hacer se va pa’ otro sitio. Yo hago lo que sea para mantener mis hijos”.

Mujeres y hombres jóvenes

La cantidad específica de inmigrantes haitianos residentes en República Dominicana es desconocida. Las autoridades, sin mencionar ningún estudio en particular dicen que la cifra pasa del millón de personas.

 La publicación del Censo Nacional de Población y Vivienda del 2010 tendrá que arrojar luz sobre laincognita.

En el 2004, una investigacion de la  Facultad Latinomaericana de Ciensas Sociales (Flacso) indicaba que el  44% de los inmigrantes haitianos tenía menos de cinco años en el país.

Los hombres que llegaron solos formaron  el 40% de los encuestados, frente al 32% constituido por quienes vinieron con algún amigo. En el mismo estudio, el 75% de la población es de género femenino, y el 80% tiene entre 24 y 39 años.

El pasado miércoles 19 el presidente Leonel Fernández firmó el reglamento de la Ley de Migración, que deberá cambiar la forma en que las autoridades manejan el tema de la inmigración.

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