Cuando muchos pensamos que su nombre se quedaría en los libros, Michael Jordan vuelve a demostrar que su figura transciende la barrera de lo insospechado.Para muestra un botón: sobre cualquiera de su generación que se comente que está en condiciones para jugar podemos asegurar que se ganará unos cuantos elogios por ser un ejemplo de disciplina en ruta al medio siglo de vida.
¿Darle cabida por lo menos en media pulgada que podría regresar a la NBA? Los epítetos más elegantes que escucharía son loco, irrespetuoso y charlatán.
Pero es Jordan y hay que aceptar que una amplia mayoría desea verlo una vez más con un uniforme de la liga donde se juega el mejor baloncesto del mundo.
Su aura es tan inmensa que admite que el rumor corra de una esquina a la otra, que vuele a velocidad récord por los corrillos de la NBA, cuando lo ideal es silenciar de una vez y por todas lo que a todas luces serenas y llenas de raciocinio pinta un capricho, un absurdo, una idea descabellada.
Reitero, es Michael Jordan, lo más grande que se ha visto en una cancha de baloncesto en la historia de la humanidad y, simplemente, caemos ante la tentación de dar un último saludo a su majestad.
El hijo de Deloris y el difunto James es un competidor por antonomasia. Le encantaba que lo retaran para entonces demostrar que el temor era una ilusión. La final ante Portland en 1991-92 con aquello de que no encestaba de tres. Esos brazos abiertos y la mirada impotente de Cliff Robinson. Su fiebre en Utah. Los espectáculos en el Madison Square Garden y en el Boston Garden.
En fin, no terminamos en un mes.
Es un hecho que a los 50 años que cumplirá el próximo domingo es poco lo que puede hacer, si acaso, en una cancha ante jóvenes que crecieron admirándolo y son especímenes de calidad atlética bastante avanzados.
Aún así, su fecha de nacimiento coincide con el Juego de Estrellas de la NBA. Si le permiten accionar ese día la audiencia estará por lo alto. ¿Kobe Bryant? ¿Kevin Durant? ¿LeBron James? Cuidado si Michael dice “sigo siendo el rey”.
