Testimonio de un dominicano en Ecuador: “A cuatro días toda la ciudad huele a muerto”

Eran casi las 7:00 de la noche cuando la familia Hidalgo Sánchez se preparaba para ir a la iglesia. Aleida Sánchez, de 29 años, estaba junto a sus dos niñas y mientras las alistaba comenzó a temblar la tierra.

Eran casi las 7:00 de la noche cuando la familia Hidalgo Sánchez se preparaba para ir a la iglesia. Aleida Sánchez, de 29 años, estaba junto a sus dos niñas y mientras las alistaba comenzó a temblar la tierra. Sentía cómo caían las paredes del apartamento donde vivía y abrazó a sus hijas. Y en medio del aturdimiento y la oscuridad, su esposo Yoel Hidalgo fue a su encuentro. Los cuatro permanecieron abrazados hasta que pasaron los segundos del terremoto de escala 7.8 que el pasado 16 de abril azotó la costa norte de Ecuador y ya ha dejado más de 650 muertos. “Cayeron todas las paredes de la casa y mi esposa tenía las niñas acurrucadas en el piso. Yo buscaba porque creía que ya me las habían matado todas las paredes”, recuerda Yoel, de 36 años.

Los planes de esta familia dominicana cambiaron. Antes, vivían en Manta, Ecuador, de la venta de pescado y sobre todo de la labor de Yoel como pastor en la iglesia pentecostal, según su testimonio. Ayer él, su esposa y sus dos niñas, de cuatro y dos años, andaban en un carro prestado, cargando toda la ropa que tienen e investigando en Cancillería hasta donde llegará la ayuda que el Gobierno ha prometido.

La pareja Hidalgo Sánchez llegó el pasado domingo al país, junto a sus hijas y otros dos dominicanos, Jacqueline Concepción de Óleo y José Odalis Beato Ortiz, que decidieron volver a su tierra luego del acontecimiento en Ecuador. Miguel Payano, oriundo de la provincia Sánchez Ramírez, falleció durante el sismo.

Ya los ojos de Yoel y Aleida han visto escenas escalofriantes. Desde cómo el cielo avisa que llegará una nueva réplica, “el cielo cambiaba con nubes negras”, dice Aleida, edificios apiñados unos sobre otros, hasta restos de personas colgando de las obras o cuyos cuerpos, de un lado se veían aplastados y de otro completos. “A los cuatro días toda la ciudad huele a muerto”, recuerda Yoel.
También cuenta que, después de que amaneció (domingo) salió a asistir a la gente. En una de esas veces entró entre los escombros de un edificio y sacó de allí tres muertos. Lo detuvo de su labor la sombra de lo que fue la ciudad, hoy llena de infraestructuras destruidas.

A ambos lo que más le ha chocado de todo esto es sentir la “muerte”, de ancianos, niños, jóvenes. Y ver el sufrimiento de hombres sin familias y menores huérfanos. “Uno no está adaptado a ver tanta muerte. A ver pedazos de gente machacada o ver cómo sacan a una persona en pedazos de los escombros. Yo lo vi porque estaba allí ”, dice Yoel.

Esta familia regresó al país porque, analizó, quedó sin nada en Ecuador. Y en una foto Yoel muestra la sala de su casa, donde solo se sostenían las columnas y todas las paredes desaparecieron, dando paso a la luz del sol. Su credo le hace concluir que las razones que tuvo Dios en llevarlo a ese país, precisamente a predicar, lo trajeron de vuelta, para iniciar literalmente desde cero. Y resume en una frase el dolor del que fue testigo: “Usted no se imagina cuanta gente desesperada le llora a Dios por esta causa”. 

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