“El que ama a su mujer…”

El hombre que ama y se entrega por su esposa tiene la bendición de Dios. La Biblia nos da en el libro de Efesios una clara orientación…

El hombre que ama y se entrega por su esposa tiene la bendición de Dios. La Biblia nos da en el libro de Efesios una clara orientación de cómo los maridos debemos tratar y amar a nuestras esposas.

En el capítulo 5 versículos 25 y 26, el Apóstol Pablo nos dice lo siguiente: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el levantamiento del agua por la palabra”. Y para ser mucho más preciso, en el versículo 28 dice: “Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama”.

Los hombres debemos entender que para que nuestros matrimonios funcionen debemos actuar conforme a la visión de Dios y amar a nuestras esposas con profunda intensidad, sin maltratarlas, dejándolas ser ellas mismas, sin querer ser sus amos, sino sus compañeros y sobretodo, entregarnos hasta el límite estando dispuesto a todo por ellas.

Los hombres debemos darle a nuestras esposas mucho amor y mucha protección. Ellas deben sentirse amadas, valoradas, protegidas. Lo que sembremos en nuestras esposas, es lo que vamos a cosechar. Si un hombre vive maltratando a su esposa de palabra y de hecho, si viven peleando, si no le demuestra amor de manera permanente, si no la valora,  entonces está cosechando mal y tendrá una esposa sin motivación y amargada.

Si por el contrario, el esposo vive dándole y demostrándole amor, si la valora, si la estimula a crecer humana y profesionalmente, si comparte con ella y le reconoce la dimensión que ella tiene, entonces tendrá una esposa feliz y con deseos de construir una bella relación. Esa ha sido mi gran experiencia con mi esposa Zinayda, quien esta semana alcanzó sus 50 primaveras y de las cuales 25 han sido compartidas conmigo. Desde que ella y yo nos conocimos establecimos una serie de reglas para entendernos y amarnos que, luego de haber asumido a Jesús como nuestro Señor y Salvador, la hemos perfeccionado y nos han permitido caminar esta mitad de nuestras vidas juntos, amándonos y comprendiéndonos.

Recuerdo que cuando nos casamos en 1987, algunos amigos nos dijeron que no duraríamos ni tres meses juntos, pero ya tenemos 25 años y esos amigos se han divorciado y algunos están llegando a la vejez solos y con la familia fragmentada. A ellos les ha faltado algo que nosotros hemos tenido y que Dios nos ha multiplicado: el respeto y el amor de uno por el otro sin importar lo que nos suceda.

Por eso, y por la profunda gracia del Señor, Zinayda y yo, hemos podido superar todos los problemas. Y hoy, cuando ella alcanza sus 50 primaveras, puedo afirmar con humildad que Zinayda es la mejor melodía de la canción de amor que Dios puso en mi alma y mi corazón.

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