“¿Que’lo que dice uté?”

Terminaremos siendo un país de sordos… Un factor componente de la cultura del dominicano, es el ruido como parte del ambiente, música a niveles de locura e intercambio verbal “a to lo que da”. Los conjuntos musicales perdieron la capacidad…

Terminaremos siendo un país de sordos… Un factor componente de la cultura del dominicano, es el ruido como parte del ambiente, música a niveles de locura e intercambio verbal “a to lo que da”. Los conjuntos musicales perdieron la capacidad de llenar el espectro con sus melodías y canciones “a capela”, recurren a los más poderosos amplificadores y bocinas. Hasta para la denostada “güira”, se requiere una “planta”,  a más de toda la percusión, y nada que decir de la típica tambora y las negroides tumbadoras y timbales. Se trata de multiplicar bajas frecuencias y amplificar bajos “ata que se te aflojen lo diente”.  Si el esqueleto no se le sacude a los que la escuchan, es porque la genealogía criolla requiere un nivel de decibeles superiores a los de cualquier otro espécimen humano y soporta (así creemos), todo abuso auditivo personal o compartido. Se destacan vehículos preparados con ostentosa exhibición de malgastos, que con el baúl abierto como dragón que escupe sonido, revientan tímpanos, dañan trompas (auditivas) y “remenean” cerebros. Vemos con pena a aquellos que encerrados en una cabina de vehículo transportan sonido personal en franca diarrea musical, disparando alarmas y ánimos. La Policía Nacional anuncia que ha recibido cientos de denuncias de ruidos innecesarios, de negocios y en especial  “colmadones” con música para no dejar descansar, número que “poco me lo jallo”, porque en verdad solo una ínfima porción del desesperado ciudadano, se atreve a “emburujarse” con un cuerpo del orden, con poco sentido del servicio al ciudadano, como razón de ser de su existencia.

El peligroso y dañino nivel de la música no es potestativo de las clases sociales  de menos poder adquisitivo, sino que permea toda la sociedad. En cualquier boda de contrayentes pudientes, celebraciones o fiestas de cualquier tipo, los “disyoquis”, combos y orquestas contratados, revientan sistemas auditivos aprovechando el adormecimiento sensorial que “los tragos” ocasionan y “se dan guto” poniendo a sonar hasta el más escuálido de los instrumentos musicales o de percusión y multiplicando el poder musical del cantante con voz de grillo y entonación de marrano ante cuchillo de carnicero. Nada decir de la contaminación sónica del que vende “rubros” con repetido pregón electrónico, o la del que compra “to lo viejo”, propias de la incapacidad para corregir estridencias y la permisividad que nos caracteriza.  El ruido en campañas políticas se multiplica en tiempos de “paz ciudadana” y más cuando la propia cultura del que está supuesto a sancionarla, es una de volúmenes superiores.
Vale añadir los vecinos que entienden que el sonido producido en casa se queda entre los límites de la propiedad, sin querer comprender que el que pretende descansar no  “goza” su estimulante karaoke, electrónica que impulsa al más desafinado, pretendiendo agradar con su berreo amplificado.

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