[Ponencia presentada el 8 de mayo de 1996 en el panel “Investigación y Ciencia en el Posmodernismo”, celebrado en la PUCMM, Santiago de los Caballeros]

Algunos sitúan el inicio del Posmodernismo con la revuelta estudiantil francesa del 1968.  Hay divergencias sobre este punto. Pero lo que no quiero dejar de  decir es que en México, en el año 1966, cuando estudiaba en el Instituto Tecnológico de Monterrey, compré un libro de título muy sugerente: Manifiesto de los jóvenes iracundos ([14])

En estos días estuve leyendo algunas de sus páginas, y me percaté de que se trataba ya de una protesta de jóvenes intelectuales ingleses que vivían en la situación de crisis postmodernista.

Entre sus artículos me encontré con uno que me llamó poderosamente la atención. Se titula Una sensación de crisis, del escritor Stuart Holroyd.

En esas líneas narra su experiencia personal, la cual inesperadamente para mí tuvo un desenlace positivo.

Holroyd dice que «el fin que persigue la ciencia es promover conocimientos. El fin principal de la filosofía no son los conocimientos, sino la vida. El hombre puede pasarse sin conocimientos, pero no puede prescindir de la acción. Su primera necesidad es vivir con propósitos e intensamente. Y la filosofía, al iluminar los diversos planos de la existencia y señalar su propósito, le permite satisfacer esa necesidad».
Con estas palabras podemos estar de acuerdo o no; sobre todo con el sentido que él podría darle a la palabra filosofía. No vamos, naturalmente, a discutir este asunto.

Lo que quiero mostrar principalmente es otra cosa: La tabla salvadora que Holroyd halló, no sin largas búsquedas en medio de las envolventes tinieblas de la crisis postmodernista, densificadas por algunos de sus heraldos, como Lyotard, con proclamaciones de anarquismo ecuménico: «Guerra al todo, demos testimonio de lo impresentable, activemos los diferendos, salvemos el honor del nombre».

Pues bien, Holroyd encuentra la salvación en la práctica auténtica de la vida religiosa, la cual, a la luz de sus propias vivencias, «fomentaba en los hombres ciertas virtudes que yo apreciaba sobremanera: La facultad creadora, la propia abnegación, la enérgica unidad de propósito, el vigor intelectual y la fuerza de voluntad. La religión era simplemente la vida en su más alto grado de intensidad, y sólo por esa razón constituía el nivel de existencia más auténtico del hombre».

Termino exhortándoles a meditar estas palabras de Holroyd. Muchas gracias.

ADDENDUM
(Septiembre del 2011)

En un documento que conservo desde hace mucho tiempo (de fuente ignorada) figura una conferencia pronunciada por  el brillante físico norteamericano Steven Weinberg en la segunda mitad de la década de los noventa del siglo pasado (XX) y cuyo contenido hace tangencia con el tema de nuestro artículo en algunos puntos, sea de manera contrapuesta, sea de manera reforzadora. El título de la conferencia, “pensamientos nocturnos de un físico cuántico”, es en extremo atrayente, pues sugiere incursiones no sólo en la ciencia física, sino en situaciones y  modalidades de vida y cultura relacionadas con ellas, y así es en efecto.

En su conferencia, Weinberg enriquece de manera considerable, en extensión y profundidad, los ethos (maneras de ser) de la física en la posmodernidad  con sus fecundas vivencias en el ejercicio profesional de esta ciencia. Además, trata en ella de las fuerzas culturales (relativismo, constructivismo, posmodernismo, religión) que amenazan socavar su objetividad y/o su progreso.

Weinberg alcanzó la cima del reconocimiento científico en 1979 al ganar el Premio Nobel de Física, conjuntamente con Abdus Salam y Sheldon L. Glashow por la unificación del electromagnetismo y la fuerza nuclear débil (la que interviene, por ejemplo, en la desintegración del neutrón produciendo un protón, un electrón y un neutrino), lo que da idea de su valía; es un científico de primera fila.

Su concepción del mundo se sustenta en una fe materialista unidireccional de la ciencia, sin ventanas abiertas a otras posibilidades de sondeos de la realidad. Su actitud contra la religión es enconada; para él ella es “un insulto a la dignidad humana” (juicio externado en 1999 en un discurso pronunciado en Washington D.C., U.S.A.). Es en este punto donde manifiesta una diametral oposición de miras con el autor de este artículo (DSB). Hay gente que cree  en la incompatibilidad de la ciencia y la religión, aunque no suscriban aquél juicio tan lapidario, desproporcionado  y,  además, equivocado,  si se lo considera a la luz de la cita de Holroyd leída más arriba, según la cual la religión promueve valores que dignifican al ser humano.

Que la mencionada incompatibilidad  no es cierta lo demuestran los testimonios de muchos científicos, entre ellos algunos de al menos la misma calidad profesional de Weinberg. Para Einstein, por ejemplo, “la ciencia sin religión es coja, la religión sin ciencia es ciega”. Jerome LeJeune, padre de la genética moderna, era un fiel católico, celoso defensor de la vida humana y de conducta tan ejemplar como tal creyente que se ha abierto la posibilidad de su beatificación. Arthur  Schawlow, galardonado en 1981  con el Nobel de física por sus contribuciones en  espectroscopia del láser confiesa que “al encontrarse uno frente a frente con las maravillas de la vida y del Universo, inevitablemente se pregunta por qué las únicas respuestas posibles son de orden religioso… Tanto en el Universo como en mi propia vida tengo necesidad de Dios”. El caso más extraordinario que conozcamos es, a mi juicio, el de Alexis Carrel, premio Nobel de Medicina (1912) por sus trabajos de trasplantes y suturas de vasos sanguíneos; se hizo católico practicante luego de contemplar una curación milagrosa en el  Santuario de Nuestra Señora de Lourdes, Francia, descrita en su libro Viaje a Lourdes ([18])

Sin embargo, no deja de sorprender que  el compacto ateísmo de  Weinberg se deje cortejar por expresiones religiosas, como se muestra en el siguiente segmento del documento mencionado en el primer párrafo de este addendum [negritas mías, DSB]: “Hay una razón para creer que en física de partículas estamos aprendiendo algo sobre la estructura del universo en un nivel muy profundo. Conforme hemos alcanzado energías cada vez más altas y estudiado estructuras cada vez más pequeñas, hemos encontrado que los principios físicos que describen lo que aprendemos se vuelven más  y más simples. No estoy diciendo que sean más sencillos. Dios sabe que no es así. A lo que me refiero es a que hemos descubierto que podemos volvernos más coherentes y universales”.

A continuación, dejo en tus manos, amigo lector, la interesantísima conferencia de Steven Weinberg PENSAMIENTOS NOCTURNOS DE UN FÍSICO CUÁNTICO, traducida del inglés por Juan Almela:

Supongo que muchos de ustedes habrán reconocido la procedencia del título de esta plática: una grata novela de Russell McCormmach intitulada PENSAMIENTOS NOCTURNOS DE UN FÍSICO CLÁSICO. Trata de un físico imaginario, Víctor Jakob, quien en 1918 repasaba su carrera, que había cubierto los dos primeros decenios del siglo xx, y describía su impresión de frustración y malestar ante lo que sucedía en la física. Pensamientos nocturnos son, por supuesto, los que le nacen a uno cuando despierta a las tres de la madrugada sin poderse hacer uno idea de cómo va a seguir viviendo.

En los primeros años del siglo xx estaban cambiando muchas cosas de manera perturbadora para un físico chapado a la antigua, como Víctor Jakob. Eran conocidas experimentalmente muchas cosas -los datos sobre espectros atómicos, por ejemplo, llenaban volúmenes-, pero sin entenderlas.

Niels Bohr y Arnold Sommerfeld y otros habían inventado reglas misteriosas que permitían calcular algunas de las longitudes de onda que figuraban en aquellas tablas de espectros, pero nadie sabía por qué dichas reglas funcionaban, y como no siempre servían, tampoco parecían tener mucho sentido. Peor aún, en el terreno que los físicos clásicos creían comprender mejor -la gravedad y el espacio y el tiempo, la zona tan maravillosamente abierta por Newton- se sentían en el aire cambios. El espacio y el tiempo se vinculaban de algún modo con la gravedad. La gravedad no era una fuerza; era una curvatura del espacio y el tiempo. Víctor Jakob no estaba contento con ello y de ahí sus pensamientos nocturnos más bien desagradables.

Desde entonces han habido maravillosos adelantos en la física (y en la ciencia en general, pero estoy sobre todo enterado de la física). En los años veinte fueron explicados los átomos que tanto desconcertaban a los físicos de la generación de Jakob.

Todas aquellas longitudes de onda que llenaban libros de tablas espectroscópicas fueron explicadas, y no en términos de misteriosas reglas ad hoc, que unas veces servían y otras no, sino en términos de la mecánica cuántica, un marco coherente y comprensible para la física. La teoría cuántica (que Jakob hubiese podido aprender, de haber vivido hasta 1925) derribó las ideas clásicas sobre el determinismo y ofreció una descripción enteramente nueva de la naturaleza. El átomo fue entendido completamente en términos de los principios de la mecánica cuántica y las propiedades de los electrones y núcleos atómicos que constituyen la mayor parte de la masa de los átomos.

A partir de mediados de aquella década hemos averiguado qué son los núcleos atómicos, en términos de partículas más fundamentales. Hacia los años setenta todas las propiedades de la materia eran explicables, en principio, en términos de una teoría coherente relativamente sencilla, una teoría matemáticamente consistente denominada modelo estándar. [continuará]

Fuentes:
[14]  J. Osborne y otros; Manifiesto de los jóvenes iracundos (Dédalo, Argentina, 1960).
[18] Alexis Carrel; Viaje a Lourdes (Iberia, Madrid 1970).                                                           
Dinápoles Soto Bello es profesional de la física y la matemática

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